jueves, 4 de mayo de 2023

Bullet Park, El tatuador de Auschwitz, El cerebro de mi hermano y El libro de los espejos...

Desde DESPUÉS (Stephen King), la última entrada a este blog, he leído por lo menos 4 libros más. Y en cada uno de estos textos me ha estado penando la idea de que no había escrito nada sobre ellos en este blog. Como les he dicho, con la sonrisa más amplia de mi rostro, estas anotaciones son básicamente para mí. Como un recordatorio de que mis ojos alguna vez pasaron por esas líneas, con el fin de que de viejo no pierda el recuerdo de esos títulos. Pero si a alguien más les gusta o los quiere leer, yo feliz. Vamos al asunto. Esta vez he decidido comentar brevemente cada uno de ellos en este único post, en parte porque ya los leí hace rato y el tiempo tranformó en un recuerdo algo nebuloso la historia de sus personajes (y esto también resulta interesante porque quiere decir que comentaré sobre lo que quedó quedó, la borra del café como diría Benedetti) y en parte por escasez de tiempo. Vamos allá.

BULLET PARK (John Cheever)


Reconozco que para la correcta interpretación de este texto hay que tener una formación literaria (en términos de teoría) más amplia de la que puedo presumir yo, por lo que toda palabra sobre él será más bien como experiencia de lector. ¿Cuál fue mi experiencia de lector? Pues en un primer momento me pareció algo aburrido, demasiados zooms a escenas que no hacían avanzar la trama. Demasiada descripción de un sujeto que queda mirando a otro al entrar a la iglesia. Sin embargo, en un segundo momento, podríamos decir, literalmente, que el automovil comienza a moverse y a agarrar una suave pero continua velocidad. 

El texto trata sobre el contraste entre dos mundos. El mundo de Bullet Park, un barrio acomodado norteamericano donde el hedor se cubre, se tapa, se deja de mirar como si la misma humanidad quedara aislada de su fetidez también intrínseca. Rutinas planificadas, tal como sus barrios perfectamente pensados, que van afirmando a los ciudadanos en la belleza de un orden superfluo. En ese contexto ideal, ocurren cosas que no son ideales (el otro mundo). Deseos que quieren realizarse, deseos carnales, enfermedades que urgen en su manifestación y que finalmente terminan siendo nada más que la humanidad movilizándose en un terreno demasiado ascéptico e higienizado. Es ahí y luego de las claves iniciales, que el autor introduce a otro sujeto, un nuevo inquilino, un nuevo vecino, que en plena crisis (¿se puede llamar crisis cuando la vida entera ha sido un desastre?) amenzada el orden de esa estructura vecindaria que de tan agradable se vuelve falsa. Como un virus que viene a mover un poco la fiesta de un sistema que se encuentra demasiado quieto.

Al finalizar el libro, viene un pequeño estudio literario que demuesta cómo la vida del autor estuvo muy vinculada a las narraciones decritas, casi como a modo autoficcional. Homosexualidad, vida pseudo perfecta v/s vida real. 

Como decía, el comienzo algo pegajoso del texto luego pasa a una velocidad agradable. Entretiene y está escrito con claridad y la crítica que lanza queda clara. Me parece que no hay un inicial motivo tan claro pero luego de finalizarlo y mirar atrás, sí se logra visualizar la intención del autor. Pero como probablemente pensaría también Stephen King sobre el texto, los personajes estaban planteados con una frialdad algo de cartón. 

EL TATUADOR DE AUSCHWITZ (Heather Morris)




Luego de Bullet Park, un tema recurrente ya en mis lecturas: los horrores del Holocausto. Ya he leído libros del holocausto, algunos sesudos e impenetrables (como el de Samprún, La escritura o la vida), y otros más gatilladores del gozo lector. Entre estos, La luz que no puedes ver, El hombre más feliz del mundo y, por supuesto, El Tatuador de Auschwitz. En realidad no es coincidencia el haber citado estos dos últimos bien pegaditos porque verdaderamente son similares. Es como si ambos protagonistas, ambos hombres alemanes (o creo que uno era eslovaco, en realidad), ambos luego exiliados en Australia, contaran complementariamente partes diferentes de la misma historia. En el tatuador de Auschwitz, Lale Sokolov, el sujeto protagonista, de la mano con la autora, Heather Morris, australiana, nos va guiando por la bella historia de amor que surgió entre él y su prometida, y cómo gracias a su astucia, termina convirtiéndose en el Robin Hood de Auschwitz Birkenau. Astucia que por otro lado termina casi costándole la vida cuando lo descubrían traficando elementos prohibidos (chocolate, joyas, etc.) con tal de hacerle vida más vivible a los menos afortunados. Desde el principio de la historia Lale se convierte en tatuador, y esto lo ubica en un puesto de privilegio pues manejaba información y, como sabemos, la información es oro intangible. Quien entraba, quien salía, las listas de los números de los prisioneros a tatuar, todos elementos con los cuales podía también generar trueques (tráfico de influencias, se diría hoy en día jaja) para mejorar su estadía en aquel infierno. Sumado a que además tenía como guardia a un sujeto de la SS Schutzstaffel que reconocía en él a un prisionero que podía corregirle sus mediocres cartas de amor y, gracias a ello, mantenerse con vida, Lale logra cierta comodidad en el campo de concentración que utiliza siempre en beneficio de los prisioneros.

El libro está escrito muy amenamente, de lectura rápida, rica en imágenes que permite al lector recorrer con la imaginación los horrores vividos por tanta gente. Como nota extra, este libro lo recibí como regalo de cumpleaños al mismo tiempo que otro de unas hermanas también en un campo de concentración y también escrito por la misma autora. Veremos luego qué tal. 


EL CEREBRO DE MI HERMANO (Rafael Pérez Gay)



Compré este libro porque me pareció muy interesante desde el título. El texto narra la enfermedad neurológica del hermano del autor, que lo va convirtiendo lentamente en un personaje desconocido para la familia a partir de su discapacidad. No recuerdo qué enfermedad era -ya dije que estoy hablando de libros que leí hace un tiempo- solo que consistía en la rigidización paulatina de los músculos (¿ela, quizá?) hasta el punto de no poder tragar o respirar. Inteligencia y consciencia indemne, no sé si para bien o para mal. Como es descrito, el sujeto enfermo se caracterizaba por su inteligencia y suspicacia, había sido embajador de México en Alemania, hablaba fluidamente este otro idioma, leía a los clásicos, participaba en política y era un buen amigo (a la vez que adversario) de su hermano, del mismo que ahora narra su enfermedad con cara de sorpresa, de desconocimiento, de desrealización al ver el paso del hombre grande y locuaz, al pequeño, atrofiado y silencioso.

No tengo mucho más que decir de él. Me pareció interesante, entretenido, íntimo, muy bien escrito, sin embargo me quedó la sensación de que el autor mete mucha explicación política en sus páginas cuando lo que los lectores en realidad queríamos visualizar era, como sugiere el título, la enfermedad del hermano. Me recordó mucho a otro que leí, de un sueco me parece, ah no, perdón, ¡húngaro!, VIAJE A ALREDEDOR DE MI CRÁNEO (Frigyes Karinthy) escrito en primera persona, real, a modo de diario, en que el periodista va narrando el proceso de su tumor cerebral y la cirugía para extraerlo y todo lo que ocurre a su alrededor. Entre ambos, opto por Karinthy, pero el de Pérez Gay tampoco está mal.


EL LIBRO DE LOS ESPEJOS (E. O. Chirovici)



Llegamos finalmente al último de la lista. Buen libro, entretenido. El texto narra la historia contada desde 4 personajes:


Un editor
Un autor
Un periodista
Un policía

...a partir de un manuscrito que recibe el editor, de parte de un autor. El asunto es que el manuscrito plantea un crimen, real en la ficción, pero que sin embargo se interrumpe antes de poder llegar al desenlace. El editor, por supuesto, interesado ya en la historia, intenta localizar al autor pero se encuentra con que este ha ya fallecido. Habla con la viuda quien reconoce que no sabe de ningún libro a medio escribir y decide contratar a un periodista para que reconstruya los acontecimientos. El periodista lo intenta hacer pero se topa también con un callejón sin salida y con la sensación de que todo aquel que se acerca al manuscrito, queda maldito (esto lo digo yo jaja, no se asusten que el texto no corresponde a nada paranormal ni mucho menos). Esto se lo dice a un policía, a uno que participó en la investigación del caso y que le sirve como informante al periodista, pero que en aquel momento tampoco pudo dar con el asesino. 

Spoiler: *** el caso es que el escritor del texto enviado al editor narra en esas páginas el crimen de un famoso profesor ocupado en estudiar los mecanismos de la mente en el proceso del recuerdo. Es en medio de esta investigación que el profesor es asesinado y queda la duda de quién fue. Se sugiere que puede haber sido él mismo, digo, el autor del manuscrito que recibe el editor, pero luego se piensa entonces que pueda haber sido la muchacha de la que él estaba enamorado, etc... un quilombo de aquellos, como dirían los argentinos***

El policía ahora tiene Alzheimer y sabe que olvidará todo prontamente, así que con las nuevas pistas que le arroja el periodista, resuelve investigar por propia cuenta y dar finalmente con el asesino. Y lo logra, aunque no revelaré quién fue, jeje. 

El libro es entretenido. Me recordó muchísimo a mi querido Paul Auster (que desafortunadamente tiene cáncer, espero sinceramente que sobreviva) en el afán del autor por querer ensamblar partes de historia a modo de azar (pero en realidad nadie lo logra tan magistralmente como Auster [Auster debería ganar el Premio Nobel]). No sé si por las circunstancias vitales del momento me demoré tanto en leerlo pero cada vez que lo abrí, sentí que volvía a una gran entretención. Muy recomendable.



viernes, 20 de enero de 2023

DESPUÉS - Stephen King

Como les comentaba en el post anterior, los libros van íntimamente ligados a los momentos en que los leímos. La historia del perro a medianoche me acompañó por algún tiempo, pero requería volver a terrenos conocidos. Hace poco leí en Goodreads, una aplicación para lectores, a una persona que decía que leer a Stephen King era como volver a casa. En realidad la persona describió bien lo que siento yo al leerlo y pude darme cuenta que no soy el único. Con tantos libros y tantos lectores alrededor del mundo, Stephen King se nos hace ya a muchos como el old uncle Steve que nos pide sentarnos a sus pies para narrarnos algunos de sus cuentos.

Quien suela leer al old uncle Steve, conocerá ya sus tópicas bien definidas: poderes mentales (El Resplandor, Carrie, Dr. Sueño, Duma Key) y todo lo asociado con lo paranormal desde esa esquina. Desechado por muchos, adorado por otros -me sumo a estos últimos- llega nuestro viejo amigo con esta novela, una de sus últimas a retomar temáticas presentes ya en IT (el rito de Chüd) para presentarnos la historia de Jamie Conklin, un joven normal y ordinario pero con un poder especial:  puede ver a las personas recientemente fallecidas. Suena terreno de uncle Steve, ¿no? Y la cosa es que hay personas que se enteran de este poder de Jamie y, obviamnete, para que surga una historia, quieren sacar provecho de él.

ALERTA SPOILER

Su madre, una editora venida a menos que en el momento en que espera el lanzamiento del único libro que puede salvar a la empresa a punto de quebrar, recibe la noticia de que el autor del libro ha muerto. ¿Qué creen?, le pide ayuda al hijo Jamie para ir a conversar con el cadáver y sacarle la historia para escribirla ella. 

Y bueno, para que la historia fuese acorde a nuestros tiempos, no podía faltar el personaje LGBT: la pareja de la mamá, una policía de Nueva York corrupta que presencia la interacción de Jamie con este ser invisible (el espíritu del autor), quien le cuenta a nuestro protagonista la historia que no alcanzó a publicar (¡ah!, se me olvidaba, estos fantasmas no pueden decir nada más que la verdad). De esta forma la mamá escribe la historia y la hace pasar como si la hubiese escrito el fallecido.

La cosa es que la policía pareja de la madre, como es corrupta y no conoce moral y ser buena gente está lejos de sus características, después de muuchos años, cuando cae en desgracia en la policía de Nueva York (algo así como Clarice Starling en "El Silencio de los Inocentes 2", más conocida como "Hannibal"), intenta chantajear a Jamie para que lo ayude a encontrar a un asesino múltiple que antes de volarse los sesos, dejó instalada una bomba sin decir donde. 

Jamie no quiere, obviamente, no es agradable hablar con un espíritu a cuya imagen le falta la mitad del cráneo (ah, se me olvidaba n°2, los espíritus quedan con la última forma que tuvieron en vida, ropa, cuerpo, etc.) pero cuando la corrupta lo amenaza de contar a la prensa que la novela publicada por su madre editora no fue escrita por el autor sino por ella (aquí como que el argumento se cae un pelín porque sería ridículo pensar que alguien creería tal cosa, pero no importa, es uncle Steve y se lo perdonamos), Jamie no le queda más camino que aceptar.

Y se encuentra con el descabezado. Y aquí, ahorrándoles un montón de páginas de placer, ocupa el mencionado rito de Chüd, enfrentándose con el espíritu y muy a lo Pennywise, ve dentro del él, el ya conocido fuego fatuo. 

Y no les cuento más. Esa es como la base del libro.

Ya sé la pregunta y la respuesta es NO. No es necesario haber leído un libro previo de la cosmogonía IT, por tanto quien desee una lectura excelente sin conocer el universo King, puede perfectamente tomar este libro. Habiendo dicho eso, este libro sí se inscribe obviamente en el universo Pennywise, siguiendo líneas emparejadas pero tan disimiles como 22/11/63, Insomnia, etc. 

Como siempre, uncle Steve es volver a casa y tomar un libro suyo aún siendo terrorífico y plagado de cadáveres, fantasmas y fuegos fatuos, reconforta. 

Quien no lo haya leído, comience a hacerlo, y Después es una buena opción. Y quien ya sea lector habitual, pues ya sabe de lo que estoy hablando.

Long live The King!


 

martes, 25 de octubre de 2022

El curioso incidente del perro a medianoche (MARK HADDON) entremezclado con la propia vida.


De pronto la vida actúa, aparece, emerge en acciones concretas que tú ves y dices, ok, eso es, esto fue, pasará. Y continúas caminando, haciendo tus cosas, desconociendo que las cosas de la vida que emergieron, aún afectan el cursos de los hechos, aunque ni siquiera seas consciente de aquello.

En agosto de este año, falleció un tío mío, nuestro, muy querido. Eran 6 hermanos, de los que salieron muchos sobrinos. Más abajo la contabilidad se pierde. No sé finalmente cuántos primos tendré, pero sé que son muchos y que no los conoceré probablemente durante mi vida. Pero sí todos conocieron a mi tío Freddy. Freddy Saavedra Díaz era el nombre, hermano de mi madre, que murió en agosto.

En ese momento estaba leyendo "EL CURIOSO INCIDENTE DEL PERRO A MEDIANOCHE" de Mark Haddon. Me refiero no en ese momento sino esos días. Y una tarde de esos días mi madre llama por teléfono avisando que los médicos querían conversar con la familia. Tomé mis cosas y partí a la ciudad a las 3 de la madrugada manejando y aguantando los maullidos de mi gata que tampoco entendía el movimiento a esas horas de la noche. 

"Freddy va a morir", dijo mamá. 

Llegué a la mañana siguiente y como única vez, nadie me recibió con muchas sonrisas. Mi visita por esta vez significaba que la familia se estaba reuniendo para despedir a un miembro que era importante para todos nosotros. Llegaron otros desde otras partes del país, también.

Y ocurrió todo el proceso. 

Mi tío llegó al poco tiempo de regreso a la casa con poca esperanza de vida (2 semanas dijo el médico). Y la familia intentó prepararse para ese tiempo. Duró 2 días. 

Nos quedamos con todo lo que le habíamos comprado para ese tiempo poco determinado que le quedaba. El ensure tenía marcada la única cucharada que se había utilizado. 

Volví a Conce, volví a Santiago, volví a Conce, volví a Santiago. ¿Cómo lo haces? me preguntó un tío. En auto, le respondí. Sí, ¿pero cómo lo haces? No lo sé, dije finalmente.

Lo enterramos. Raro verbo para meter el cajón dentro de una cripta que lo que menos tiene es tierra. Ocurrió el funeral con las canciones de Adamo que nos destrozaban todavía más la poca alma que nos iba quedando. Teníamos sensibilidades a flor de piel. Nos habían despellejado y cualquier brisa nos hacía sentir dolor, particularmente a mi madre.

Regresé a Concepción a los pocos días y creí retomar mis rutinas. Hasta que llegó el momento de tomar el libro. 

Antes de todo esto, haciéndole propaganda, les decía a la gente que el libro era como una especie de abrazo de ingenuidad que me acomodaba en mi cama antes de quedarme dormido. La historia de un niño con autismo determinado a encontrar los asesinos de un perro vecino que transcurre en Swindon, Reino Unido, me sumergía en un universo imaginario que muchos hablaban como un nuevo Forest Gump. Y de hecho así lo sentía, hasta el fallecimiento de mi tío. Luego de esto, la lectura se volvió insípida, poco clara, confusa. La ternura de las páginas iniciales dio paso al hastío de tener que continuarlo. Lo dejé de lado un tiempo. Semanas, meses. Hasta que lo tomé de nuevo y lentamente me fui de nuevo dejando encantar por los hechos de la narración.

Lo terminé, hace no mucho. Y me di cuenta que los hechos de la vida afectan hilos de la nuestra propia que muchas veces no vemos, no sentimos, no comprendemos que existen. Funcionan subterráneamente y si no fuese por el libro, habría pensado que la cosa sigue así no más. Y no es tan así.

El libro me pareció muy entretenido. Muy bien documentado el autor para reflejar la situación de quienes viven alguna afección del espectro autista (¿o será un reflejo de él mismo?). A medida que lees, vas compartiendo las experiencias subjetivas del joven personaje Christopher Boone en su búsqueda por conocer al asesino (que termina siendo... no adivinarán quién... y tampoco adivinarán por qué lo es...!) y luego en su desesperado recorrido por Londres en búsqueda de su madre. 

Muy recomendable el texto para quienes buscan comprender las experiencias de personas con estas condiciones y también para quienes buscan enternecerse con las extravagancias del joven Boone.

jueves, 14 de julio de 2022

CAMANCHACA - Diego Zúñiga

Cuando estaba en el magister en literatura en la UdeC, la última chupá del mate era la autoficción. Ese tipo de escritura que tomaba al escritor como personaje y lo introducía en las historias, dejando al lector siempre en ascuas sobre la veracidad del texto. El procedimiento clásico era mantener las primeras letras del nombre y apellido, un alter ego que terminaba siendo siempre más ego que alter. Alejandro Zambra era el de moda por entonces (¿lo sigue siendo o no?, tengo una amiga francesa que leyó Poeta Chileno y quedó rayando la papa) pero hubo otros antes y claramente vinieron nuevos después. Me atrevo a decir que El texto CAMANCHACA de Diego Zúñiga, corre por esos mismos carriles.
Lo compré por buscalibre porque había escuchado que era de las jóvenes promesas (menores de 40 años) y me gusta acercarme a aquellos textos que están bien clasificados. Claro, alguien podría decir, ¿es evidente, no? (evidente eso de acercarse a textos bien clasificados, que se entienda) Pues sí y no. Está bien clasificado Ulises pero luego de mi acercamiento decidí mi alejamiento jaja. La verdad, hay textos que gozan de mucha fama pero que no cumplen uno de los requisitos indispensables para mí: que entretengan. Aunque sean un rompecabezas gigante pero que entretengan. Vargas Llosa ya lo dijo, la literatura, la lectura, debe hacerte olvidar que hay mundo más allá de la página que estás leyendo. Y eso no pasa con todos. De hecho, no pasa con muchos de los llamados textos de excelente calidad: DeLillo, el último con que viví esa experiencia, pero tampoco me pasó con Faulkner, Woolf [solo en Las Olas], Coloane [encontré horrorosamente escrito Cabo de Hornos] y así muchos otros. 

¿Acaso será posible olvidarse del mundo cuando lees algo que te recuerda constantemente que no estás entendiendo nada?, ¿o será que el masoquismo llega a tal punto que es necesario también algún tipo de autoflagelación intelectual? 

Una vez en clases con el ahora fallecido profesor Juan Zapata Gacitúa, mi profesor guía de tesis del magister, escogí leer un libro de Enrique Lihn para exponerlo a los compañeros. ¡Qué mierda!, no entendí nada. El libro voló para todos lados en mi dormitorio de entonces porque de verdad me frustraba no saber qué diablos quería decir el Sr. Lihn. Mi exposición partió de esa forma: primero, debo aclarar que no entendí casi nada. Y entonces el pequeño profesor se pone de pie y acota: "eso es porque Enrique [de quien el profesor era amigo], escribe solo para unos pocos". ¡Qué mierda!, y ¿para qué entonces esforzarse en tipear si no quieres que la gente te entienda? Para mí, un completo sin sentido que, claramente, le resta calidad a un texto.
Sin más dilación, nada de eso me pasó con el texto de Zúñiga.

Compré CAMANCHACA por lo que comenté arriba. Y lo empecé a leer y me encantó. Me gustan mucho las historias íntimas en que el personaje descubre su mundo interno casi solamente a través de sus acciones. Nada de "hacía esto pensado esto otro", no. Diego nos ofrece un panorama que describe con claridad a los personajes y a sí mismo en esta suerte de viaje autoficcional hacia el norte de Chile. Un joven que a través de la memoria va narrando hechos que configuran quién es la persona que viaja hoy. Temas presentes: una lista de compras que nunca alcanza a completar, un checklist de vida en que la mayoría de los eventos quedaron fuera. Una perrita moribunda, una prima, un tío muerto en circunstancias poco claras. Baja de peso, le dice el Tata a nuestro personaje novelizado que fuera de las páginas también sufre de bastante sobrepeso. Come sano, haz actividad física, cree en Jehová y no toques a tu madre o no permitas al menos que te seduzca. Interesante esta última parte, léanlo (no sé por qué cada cierto tiempo los escritores se obsesionan con el tema del incesto).

El libro está compuesto como pequeños párrafos, algunos más largos que otros, distribuidos a lo largo del texto entero. Si no supiéramos español, de hecho, podríamos pensar que se trata más bien de un texto de poesía, o de pequeñas crónicas, o de ínfimas reflexiones estilo libro Jodorowsky. Pero ni lo uno ni lo otro: se trata de una novela compuesta de esa forma, alternando épocas, escenarios, personajes en antes y después que a pesar de la a veces confusión, termina subyugando al lector frente a la narración de hechos cotidianos que reflejan algo más profundo. Un mapa que alumbra lo interno a partir de los movimientos corporales que sugieren. Somos gordos porque hemos decidido crearnos una coraza de grasa para blindarnos del exterior, dirían los psicodinámicos. 

Buen libro. Quedé con ganas de conocer más la literatura de Zúñiga. Claramente cuando vuelvan a bajar los precios volveré a buscar algún otro título.

SOBRE EL DUELO - Chimamanda Ngozi Adichie

Unas pocas palabras para este breve texto que terminé de leer hace poco. No pensé que se pudiera sufrir de esa forma, menos por la muerte de un padre de 85 años cuyo fin es evidente y esperable. Compré el libro creyéndolo un grueso mamotreto. Me llegó un pequeño folletín con el nombre "SOBRE EL DUELO".
Por un instante pensé que era un libro teórico, que abordaría la experiencia del duelo desde algún planteamiento psicológico o algo así, pero no, equivocado estaba. El libro habla del proceso de duelo que vive la escritora al enterarse de la muerte de su padre, en Nigeria, mientras ella está en Estados Unidos. No es "mientras" en el sentido de que tuviese que volver a su país o algo así. Es un "mientras" que plantea lejanía, residencia lejos de la casa materna/paterna, en época de coronavirus, en época en que no hay posibilidad de volver a casa para despedirse. El libro debería llamarse entonces "SOBRE MI DUELO", o presentarse a partir de un nombre más vinculado a la propia vivencia. 

No había leído a Chimamanda, primer texto suyo, y luego de leerlo, quedé con ganas de más. 

A través de sus páginas, "Sobre el duelo" nos transmite todo el dolor que Chimamanda vivió, un dolor inconmensurable (rara vez se puede ocupar esa palabra que en su propia gigantez de signo lingüístico refleja lo enorme de su significado), inmedible, que la deja sin habla y sin imaginación. No había consuelo posible más que el dormir. No había pésame más adecuado que el silencio. Pensó en sus propios pésames entregados previamente a amigos / familiares / conocidos y le parecían ahora ridículo. "Entiendo lo que sientes" --> ¿lo entiendes?; "está en un lugar mejor" --> ¿lo está?, ¿por qué se fue?

 
El libro repasa el dolor desde el primer golpe hasta el momento de la última página. Última página en que Chimamanda toma conciencia de que ha empezado a hablar del padre en tiempo pasado. En psicología, al momento de aplicar pruebas proyectivas, cuando al evaluado se le muestra una lámina (como una lámina del test de Rorschach) y no halla qué decir, se le califica como "shock a la lámina". Tan potente la desconfiguración de la imagen, que la deja sin palabras, sin ideas. Así, esa última página en que Chimamanda cambia el tiempo verbal, puede leerse a partir del mismo principio. Shock a la idea del pasado presente. Del pasado que se hace presente en la forma de un padre transformado ahora en cadáver.

martes, 5 de julio de 2022

DON DELILLO - El hombre del salto

Cierren los ojos, queridos lectores pensantes. 
Y en esa oscuridad imaginen un sujeto que toma una hoja en blanco y le hace agujeros, algunos más grandes, otros más pequeños. 
Ahora nuestro hombre imaginario extiende ese papel sobre otra hoja de papel y se sienta a escribir la que cree ser la mejor novela de su vida. Escribe, escribe, escribe y cuando ya la ha terminado, levanta orgullosamente el papel agujereado y revisa la escritura que quedó debajo. 
Lleva esos trozos de texto a una editorial, lo publican y con el tiempo aquellos pedazos son calificados como una de las mejores escritas, cautivantes, apasionantes, atrapantes (aquí pueden llenar ustedes con su mente todo ese tipo de calificativos)... novelas de la historia. 
Y es catapultada a la fama. Y recibe el nombre de EL HOMBRE DEL SALTO.
Lo compré porque leí que DeLillo era uno de los preferidos de Paul Auster (que es uno de los preferidos míos). Asumí equivocadamente que alguna congruencia encontraría entre ambos estilos literarios. Pues, ¡qué equivocado estaba! Paul Auster es agua fresca, DeLillo es agua estancada y llena de barro. 

La historia de El hombre del salto parte medianamente bien. Un sujeto caminando desorientado y lleno de polvo por Manhattan luego del atentado de las Torres Gemelas el año 2001. El sujeto lleva un maletín en la mano, un maletín que no es suyo. Así llega a la casa de su ex mujer y comienza el entramado de letras. 

Cada cierto rato es posible notar cierta coherencia en la historia y algo se deja ver. Cuando así ocurre, leemos que Keith, el protagonista, intenta devolver el maletín a su propietaria. Se lo devuelve, vive cerca del Central Park. Lianne, su esposa, dirige un club de escritura para adultos mayores con Alzheimer. Su propia madre tiene esta demencia y por tanto se relaciona más con el novio de ella, un coleccionista de arte siempre ausente. Su marido está siempre ausente también, y juega poker. Entre medio, la narración de uno de los terroristas que con los días se tomará el avión. Todos los que viven, viven por el plan divino de la realización del nuestro, le dice una especie de maestro.
Al fondo de todo, como telón sobre el cual el narrador plantea su creación, un artista desconocido que suele colgarse con arneses en distintos puntos elevados de la ciudad, imitando al tristemente famoso sujeto que cae cabeza abajo de una de las torres gemelas. Si no me equivoco, esa foto ganó un premio, ¿no? Un hombre que cae al abismo con el fondo pintado por las correas de la torre que le antecede. Al final del libro el sujeto muere de causa natural, el personaje, digo, de un ataque al corazón o algo así. 

Por esa foto y por el personaje artista imagino que el libro se llama como se llama. Creo que eso fue todo. Si algún mérito literario tiene, lo escondió muy bien pues para mí la lectura debe ser capaz de transmitir coherencia al tiempo que narración. Y este no logró ninguna de las dos. Parecido fue cuando leí uno de Faulkner (cuando entierran a la mamá que se acaba de morir, ¡ah!, mientras agonizo se llama). No logré enganchar con ese tampoco y lo leí más bien porque Faulkner y Faulkner y bla bla bla. DeLillo, DeLillo y bla bla bla, digo ahora. No sé si han visto alguna vez la película INLAND EMPIRE DE DAVID LYNCH, un espanto de 3 horas inconexas que solo vemos porque quien la filmó es el no menos grandioso Dios Lynch. 

No sé si DeLillo será el dios de alguien, pero será una fe que no profesaré con ningún otro texto suyo. No amén.

lunes, 6 de junio de 2022

ZONA CERO - Gilberto Villarroel

No conocía al autor, pero había visto alguna de las portadas de sus libros que me habían llamado la atención (las de Cthulu con Lord Cochrane). Hasta que un día buscando por Buscalibre me encontré con una tremenda oferta --> ZONA CERO, de Gilberto Villarroel a $3200 pesos. Lo compré obvio. Gran parte de los lamentos por la mala literatura que uno lee después de haber adquirido el libro, pasa porque queda la sensación de haber malgastado el dinero, pero en este caso, con un precio tan bajo, no había posibilidad de sentirme mal en caso de que no me gustara. Y la verdad, la contraportada sonaba muy interesante. 

La historia trata de un periodista que llegando al país a cubrir un campeonato de surf, se topa con un terremoto chileno, de esos grandes y potentes, que rompe la cripta de una criatura contenida en su interior, a través de los siglos en el Cementerio General. Ahí comienza la ecatombe: la gente se convierte en zombie, como en las películas y los infectados comienzan a contagiar a otras más personas que a su vez se vuelven también zombies contagiadores... sí, como en las películas. 

Entonces nuestro protagonista, Gabriel, comienza su aventura literaria de caballero andante para rescatar al amor de su vida, una francesa que lo espera en uno de los edificios (imaginarios), más altos de Santiago, la Torre Valhalla. Para hacerlo, se une a un grupo peculiar: un marine estadounidense, 3 mineros de la octava región del BioBio (ahí se me hinchó el pecho puesto que a pesar de que soy nacido y criado en Santiago, vivo en Conce hace más de una década) y un cura pedófilo cuyo apellido -VACHT- nos recuerda mucho a otro cura recientemente expulsado de la iglesia por conductas incompatibles con la sotana. 

La verdad, el origen de la trama no es novedosa. Es el argumento madre de decenas y decenas de historias de terror tanto en literatura como en cine, sin embargo el plus del libro lo encontramos en el escenario donde esa trama no novedosa se enmarca y la forma en que esa trama no novedosa se adapta a nuestro chilito actual. Tenemos una extraordinaria escasez de historias de terror ambientadas en nuestro país (no puedo... no puedo dejar de nombrar al gran HUGO CORREA) y, el hecho de que autores comiencen a escribirlas, me parece un buen signo, aún cuando el punto de partida provenga de una trama más manoseada que la Geisha Tshilena. Después de todo, mi propia novela (EL CUARTO DE AL LADO), también ejerció prostitución intelectual creativa.

Me imagino que hay que ser chileno para valorar realmente el terror criollo, porque desde mi escritorio en esta mañana de temperaturas bajo cero, puedo escuchar reír al mismísimo Harold Bloom (donde sea que esté enterrado el caballero) cuando hablamos de calidad literaria en relación a este género literario. Entiendo que solo Poe se salvó de sus garras... y Lovecraft. El concepto de calidad literaria es, desde mi punto de vista, a lo menos, discutible. Grandes actuales fueron humildes en su momento (Cervantes, Dickens, Stoker con su Drácula, por nombrar algunos), demostrando así que quien tiene la última palabra no es Bloom ni Todorov, sino solo el tiempo. Los libros, como seres lanzados a la historia, harán su propio recorrido según sean o no leídos y estudiados. Y esto último, además, para rematarla, no solo depende de la calidad literaria del texto sino también de fines políticos (¿o no, Premio Nobel?), pero eso sí que es ya otra historia. Bien es sabido, además, que algunos textos han sobrevivido no por su calidad sino por ser el primero en su tipo, como El Castillo de Otranto, que inaugura la corriente literaria gótica.

Volviéndonos ahora un poco más intrapersonales, podría decir que los libros funcionan como una lámina Rorschach en que es el lector motivado quien reconstruye a partir de su riqueza (o pobreza) intelectual lo que el texto pueda platear. El cerebro es el que está vivo al momento de enfrentarse a una página entintada y por ende es el cerebro el del trabajo intelectual y ya sea A o Z lo que ese cerebro logre extraer de un libro, dependerá en gran parte de ese intelecto. Claro que no pondremos a Shakespeare a ver La rosa de Guadalupe, ¿no?, hay límites, pero lo que quiero decir que el trabajo constructor es en gran parte de quien lee. 

Quizá por eso en términos de lectura también haya estratificaciones sociales. No cualquiera lee a Dostoievski porque se asume que aborda temas que no son del gusto del vulgo, mientras que se denosta a Coelho porque no logra salir de los temas comunes y espacios cliché (novelas que parecen libros de autoayuda, aunque no se metan con Hippie, porque ese me encantó). Quizá por eso las lecturas extravagantes son aquellas que suelen ser mejor evaluadas (¿mejor calidad?), dado que se alejan del gusto de la mayoría tan despreciada por los críticos literarios (que se joda el caballero de barba, dijo Isabel Allende una vez refiriéndose a lo mismo desde sus palabras). Como digo, para mí nunca estará muy definida la separación entre buena y mala literatura. 

Pero volviendo a nuestro objeto de análisis de hoy, sí encuentro elementos que me hacen orientarla hacia uno y otro lado, puntos a favor y puntos en contra, vamos a ver. Como "lo malo" (según dicen, siempre hay que partir las noticias refiriéndose a lo malo, para que lo posterior bueno termine endulzando el desastre previo): Nunca entendí muy bien el rol del cura. No sé qué gran secreto tenía que entregar (¿o quizá no entendí?, no sé) y que finalmente termina soltando el gran empresario encerrado en la torre. Tampoco me quedó tan claro por qué tenían que ser militares gringos los que se hacían cargo de la situación. Tampoco sentí que hiciera mucho sentido que fuera Vlad Tepes el monstruo que queda libre. Claro, alguien me podría decir que tenían que elegir una figura universal para poner en manos de la iglesia la solución. Digamos que si recurrían a la Quintrala (como elemento criollo, digo) o no sé, ¿al Trauco?, no habrían podido recurrir a la figura del Papa. No sé, siento que ese aspecto no terminó cuajando mucho. 

En realidad, uno de los elementos que yo personalmente valoro para referirme a la calidad del texto, es que no queden cabos sueltos. La novela, sea el estilo que sea en que se presente, debe ser un tejido en que no quede punto sin unirse al siguiente. Y en ZONA CERO, sí quedan, aunque afortunadamente sin restarle calidad coreógrafa entretenida (es un dulce de mala forma pero de buen sabor). Cada punto sin unir es punto menos de calidad, aunque en este libro la no unión de pronto es tan sutil que al lector periférico se le pasará por alto. 

Los lectores de Villarroel han de ser sin duda lectores de King. Villarroel mismo debe serlo porque la historia misma se asemeja bastante a algunas de que ha publicado el escritor norteamericano (recordemos Cell). El texto es entretenido. Por lo menos a mí me atrapó desde la primera página y a pesar de que a veces se vuelve un poco remolón, valoro muchísimo el hecho de que la historia se planteara desde nuestro propio país, mostrando nuestra idiosincrasia en los diálogos y en los escenarios por los que transitan los personajes arrancando de los chupasangres.

Como diría el mismo Vlad enfrentándose a nuestro grupo en el trencito del Cerro San Cristóbal, quedé con ganas de más Villarroel ;)