El gran maestro del azar es Paul Auster. Lo dice él
mismo en sus escritos autobiográficos y lo muestra en sus narraciones
creativas. Hay hilos que no vemos que gobiernan las acciones del mundo. Así lo
cree él y eso parece ser –por lo menos de vez en cuando- este asunto de la
realidad.
Hace algún tiempo tomé Un saco de huesos, de
Stephen King y me produjo fascinación por el planteamiento principal de la
historia: un sujeto que luego de una experiencia de dolor, se retira a la
soledad y ocupa la creación artística como método curativo. Michael Noonan, el
escritor protagonista, de esa forma, logra vencer un bloqueo creativo y se
dedica de lleno a la creación de una novela que termina por salvarle la vida.
Luego de terminar Un saco de huesos, quedé con ganas de más letras de ese
estilo y, sin saberlo, me dirigí a mi estante para ver qué libros del maestro
no había hojeado (de pronto llega esto de leer solo de un mismo autor). Tomé
entonces uno que había comprado hace algún tiempo, antes que Un saco de huesos,
de hecho, y comencé a leerlo. La similitud me sorprendió. Trataba de un hombre
que luego de un accidente laboral en que casi pierde la vida (pierde un brazo,
de hecho, y parte del cerebro), se separa de su esposa y se retira a una casa
de playa que decide llamar Duma Key. En ese lugar, y por sugerencia de su
terapeuta, decide retomar un pasatiempo olvidado: el dibujo y la pintura.
Comienza a pintar con tal maestría, que llama la atención de las galerías de
arte de alrededor y arma su primera exposición. Nadie sabía, sin embargo, que
los cuadros estaban malditos y no eran más que la manifestación de un espíritu
maligno –Perséfone- que cada cierto tiempo, al liberarse de sus cadenas, sale
al mundo para hacer de las suyas. Edgar Freemantle, sin saberlo, vende sus
cuadros y cada uno de los compradores empieza a morir de forma horrible, hasta
que nota la conexión que existe entre su propia situación y la de la dueña de
la casa que arrienda, Elizabeth Eastlake, una anciana y adinerada mujer que, en
sus últimos momentos de lucidez por el Alzheimer, le advierte el cuidado que
debe tener. Edgar descubre que Elizabeth comenzó a dibujar en su infancia luego
de recibir también un golpe en la cabeza, igual que él. Descubre también que
luego de un tiempo la vieja abandona el arte misteriosamente, después de que
sus dos hermanas menores se ahogaran en el mar.
Con las muertes que le comienzan a rodear, Edgar
sospecha que él mismo es víctima del ente que en su momento atacó a las
hermanas de Elizabeth, ahogándolas en el mar. Corrobora su idea cuando su
propia hija muere víctima de una de las curadoras del museo donde expone sus
cuadros. Edgar decide entonces ponerle fin al asunto y se va en busca de la
fuerza que está detrás de la maldición de las pinturas. Se prepara rápidamente
con sus amigos, Jack Cantori y Wireman y se internan por la vegetación
inexplorada que va más allá de la maleza tipo jungla que impide el paso de
cualquier transeúnte. Después de algún rato de caminata y vivir encuentros con
personajes que me hacían creer que estaba leyendo en realidad Alicia en el país de las maravillas (sapos maravillosos, caimanes gigantes, zombies tipo Samara
de El Aro), llega a una casa medio derruida por el tiempo, la vieja casa de
Elizabeth de su infancia, donde vivía con su papá y hermanas. Busca los dibujos
de la anciana pero no los encuentra. No ve más alternativa que dibujarlos él
mismo, ayudado por una muñeca negra que en voz de Jack ventrílocuo le permite
un trance en que visualiza las imágenes. De esta forma se entera dónde está
Perse y de qué forma poder anularla: debe meterla en agua dulce.
Como en otras ocasiones, no contaré el final. Esta
última travesía se hace de pronto un poco densa pero cumple cabalmente con las
expectativas que los fieles lectores tenemos del maestro. La obra toca como una
arpa cada fibra emocional de quienes entramos en su mundo y nos deja al final
de la historia con el alma apretada. King, lo hemos visto quienes lo leemos
regularmente, presenta en esta novelas temas que le son ya comunes: la
exploración del mundo oculto de los niños -mundo que por no ser visto tiene
amplias probabilidades de ser siniestro-, la idea de un ser maligno que sale
cada cierto tiempo para hacer de las suyas hasta que un nuevo guerrero le pone
un alto por otros tantos miles de años (It, como obra paradigmática), las
relaciones matrimoniales (El resplandor), la exploración de lo que sucede luego
de nuestro último suspiro (Revival). Las últimas novelas de King van de la mano
también con la madurez del escritor que comienza a vislumbrar a través de su
pluma sus últimos años. Duma Key presenta también la historia de supervivencia
de un hombre víctima de un accidente horrible, algo similar a lo vivido por el
mismo King cuando fue atropellado (aunque la novela estrella con respecto a
esto último es Buick 8), vale decir, vemos en la obra del maestro no tan solo
cómo su textos hacen guiños con otros textos suyos y de otros autores, sino
también cómo las propias experiencias de vida se plasman en las vivencias de
sus protagonistas.
Me pasó algo particular con este libro. Si alguien
me hubiese descrito lo que significa que te hayan echado un mal, al momento de
la lectura me sentía precisamente de esa forma. No quería ir a trabajar y
sentía un saco de papas sobre mi espalda. Ese fue el contexto de mi vida cuando
Duma Key llega a mis manos. Al momento de leerlo me sentí profundamente
identificado con su protagonista (al igual que con Un saco de huesos) y lo
único que de verdad ansiaba era tener un lugar como Duma Key para hacer lo
mismo que el protagonista del libro: sopesar mi vida y estar en paz.
Desafortunadamente no soy millonario –a diferencia de Edgar Freemantle- y por
tanto hay ciertos lujos que no me puedo dar, como pasar una temporada alejado
del mundo. Quizá por eso el libro me arrastró tan profundamente a las vivencias
de este sujeto que sentí que compartía junto a él durante sus días en esa casa
llena de posibilidades. Para el que lo haya leído: “si no puedes ser artista,
transfórmate en un mecenas”, o en palabras más apropiadas para el mundo lector:
“si no puedes vivirlo en carne propia, al menos léelo”.
Buen libro. Recomendable. Personal y emotivo.