A ver, ¿por dónde
empezar?
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Es difícil pasar de Stephen
King a otros autores. Es como terminar un matrimonio y empezar a conocer una persona nueva, o pegarse un
desliz con otro cuando en tu relación todo va bien. En los libros, sin embargo,
a diferencia de las relaciones, ocurre que en la pluralidad está la riqueza. A
pesar de que muchas veces nos queremos quedar con los pocos autores que nos han
flechado, lo cierto es que en los libros la monogamia mata. Algo así me pasó
cuando empecé a leer Instinto Primario, de Gregg Hurwitz. El libro era un
regalo de cumpleaños de mi hermana y la contraportada mostraba una historia
interesante. Tenía ganas de leerlo. Acababa de terminar Salem’s Lot y había
quedado fascinado, pero también sentía que necesitaba leer algún texto de otro
autor. Me es fácil quedarme pegado con King por libros y libros, pero no creo
que sea algo bueno. Como digo, creo que en la pluralidad está la ganancia del
lector, en probar cosas nuevas, como dijo el Dr. Lecter.

Continué…
Eve Hardaway, decidida
a averiguar qué había sucedido, comienza a preguntar a los encargados de la
hostería, Neto y Lulu, pero ninguno le daba pistas. Se hacían los
desentendidos.
El misterio estaba
echado y la novela se había puesto buena.
Eve comienza a
investigar y en un paseo a la selva descubre la cabaña del sujeto en cuestión.
El sujeto la ve y comienza a caminar hacia ella. Eve regresa al grupo,
aterrorizada. Neto, el encargado, le baja el perfil a la situación y le dice
que el ermitaño es un tipo que vive ahí solitario y tranquilo, que no los
molesta y que ellos no lo molestan a él tampoco. Eve intenta mostrarle las
evidencias que le hacen pensar que ese tipo mató a Theresa, pero Neto insiste
en no tomar en cuenta sus palabras. Le responde que Theresa era una neurótica
que abandonó el campamento antes de que el resto se fuera y que había regresado
a Estados Unidos. Eve busca en google y se da cuenta que Neto miente: Theresa
Hamilton, turista desaparecida en México, nunca regresó a Estados Unidos.
De esta forma la novela
comienza a aumentar la tensión en los lectores, como un carro de montaña rusa
que su dirige hacia la cumbre, que se detiene antes de caer para que los viajantes
aprecien con terror el precipicio. La historia da un breve respiro a los
personajes, y luego, de forma vertiginosa, cae hacia las profundidades de la
cacería. El psicópata ermitaño –que para entonces ya sabemos que se llama
Bashir y que se trata de ni más ni menos que uno de los cabecillas de Osama Bin
Laden escondido en la selva mexicana- comienza la persecución de Eve. La
enfermera deberá poner en acción todas sus habilidades tácticas para sobrevivir
y proteger a los pocos que quedan vivos: Will y Claire, el primero con la
pierna rota y la segunda necesitada de ayuda de aparatos ortopédicos.
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¿Por qué leemos
entonces?, ¿leemos acaso porque esa lectura se parece a la vida real? Nopes. O
preguntémonos por qué disfrutamos a Ray Bradbury o a Hugo Correa con su
magnífica obra Los Altísimos, o a Isaac Asimov, o a Stephen King, o a Bram
Stoker. Leemos porque esa lectura nos da satisfacción, precisamente esa
satisfacción que la realidad nos niega y que la ficción nos provee. Esa satisfacción,
algo así como la báscula que sostiene la justicia en que ambas deben alinearse
para equiparar el peso, debe ser una experiencia que la lectura nos brinde. De
lo contrario la mesa queda coja, la historia no cuaja, las piezas no calzan o
la báscula queda inclinada.
La lectura nos da las
satisfacciones que en la vida real no podemos encontrar. Y por lo general esa
satisfacción llega cuando la experiencia de un personaje que ha sido
maltratado, tiene la posibilidad de cobrar revancha (I spit on your grave es una película que juega todo el rato con
esto). Por eso disfrutamos Carrie, por eso gozamos cuando Wendy Torrance se
salva al final del libro (en el libro se salva junto a Dick Halloran y Dany, lo
siento chicos, pero ya sabían que la película era distinta a la novela), por
eso gozamos cuando Superman se sobrepone a la criptonita y por eso mismo
sentimos satisfacción cuando la protagonista de nuestra novela puede encontrar
refugio contra el malvado perseguidor. ¿O me van a decir que no sintieron un
placer inigualable cuando Peyton Flanders (la mala de “La mano que mece la cuna”)
cae por la ventana y se hace pedazos en el suelo?, ¿o que no disfrutaron el
instante en que Max Cady, el malo de “Cabo de Miedo” finalmente muere a bajo un
piedrazo que le hace pebre el cráneo?
Encontramos
satisfacción en la novela no porque sea una obra que copie la vida real en forma
perfecta, sino porque en esa realidad ficticia la justicia –justicia literaria,
digamos- prevalece, dejándonos con ese gustillo de que valió la pena todo el
sufrimiento que vivimos junto a los personajes.
¿Qué pasa si sucede lo
contrario? Pues lo que sucede en la vida real. Nos sentimos frustrados, hasta
estafados. Decimos que el libro no es bueno porque no dio a nuestros héroes lo
que merecían, porque el autor no tuvo la sensibilidad suficiente como para
entregarnos lo que necesitábamos como lectores: que la balanza llegara a línea
recta.
Queremos que los malos
sufran y que los buenos ganen. Pero eso no sucede en la vida real, me dirá algún
catete… ¡no importa!, la literatura no es la vida real, a pesar de que la imite
y de que a veces se funda. Lo que queremos es que en esa imitación de la vida
real, la literatura nos cuente una historia de lo que podría ser la vida real,
resguardada bajo el pacto ficcional.
Cosa rara sucede con
Juego de Tronos, por ejemplo, en que los mismos personajes funcionan a ratos
para ambos bandos. Interesante. Imagino que el anclaje que mantiene al
espectador tiene que ver con la buena construcción de la historia, que mantiene
la esperanza de los lectores en la reivindicación de los personajes con los que
se han ido encariñando (más conocidos como “los buenos”) Por eso soportamos la
decapitación de Lord Stark o por eso entendemos y aceptamos las bofetadas que
el nauseabundo príncipe le da a su bella y santurrona princesa. Lo aceptamos
porque esperamos que la historia en el futuro, así como la vida, cobre
revancha.
Volviendo a la materia
de este comentario, la novela me pareció excelente en trama, no tan así en la
construcción de algunos de los personajes. La verdad es que Claire a ratos no
calza en la historia. O sea, nadie va de vacaciones a la selva mexicana a vivir
en la naturaleza si está llena de amargura, no es verosímil. Para eso me quedo
en casa, ¿no? Eso brillaba en un comienzo como una pequeña trizadura en el
vidrio completo. La calidad de la narración, sin embargo, se encarga de
difuminar esos pliegues que entorpecen en un primer momento al lector y nos
sumergen por completo en la tensión de la historia.
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El libro vale
completamente la pena. Es muy bueno, excelente a ratos (especialmente desde la
mitad hacia adelante). Mantiene al lector en un suspenso que le hace avanzar
página tras página sin querer dejarlo.
Es mi primera lectura
de Gregg Hurwitz y sin duda no será la última.
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