martes, 17 de enero de 2017

NÚMERO CERO - Umberto Eco

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No me gusta pelar. O por lo menos eso creo. Pelar se define como hablar a espaldas de otra persona (diciendo por lo general cosas no buenas), vale decir, sin que ésta tenga posibilidad de defenderse.  No estoy muy seguro si el término puede ocuparse una vez que el sujeto del cual se habla ya haya muerto, pero en caso de que así sea, entonces digo: no me gusta pelar, aunque a veces hay que hacerlo. Y no puedo hablar de Número Cero, la última novela de Umberto Eco sin considerarme un pelador. De esta forma, cuando a veces lo único que puede hacerse es hablar simplemente de la persona aunque no esté, queda siempre la opción de hacerlo breve. Y eso haré. Pelaré brevemente a Umberto Eco.

La novela llegó a mí como regalo de cumpleaños.  La tuve en mis manos durante un año entero sin leerla, hasta que una mañana, antes de irme al trabajo, casi impulsivamente, estiré la mano y la saqué del estante. Quería atreverme con Eco, luego de haber leído El nombre de la rosa, ese texto sublime que derrocha inteligencia. Empecé. La novela partía bien. Un hombre despertaba y descubría que tenía el agua cortada, por lo que podía presumir que alguien había entrado durante la noche a su casa y había girado la llave de paso. ¿Por qué alguien haría eso?, pues de eso trata la novela. 

Nuestro protagonista del agua cortada es Colonna, un traductor venido a menos que es contratado para ser revisor de textos de un periódico que no saldrá a la venta. La diferencia de éste con respecto a los otros diarios, es que Domani –así se llamaba el diario- será un material que informará sobre lo que pasará en el futuro, hipotetizando sucesos a partir las noticias reales.
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A medida que avanza la novela, Colonna conoce a Braggadocio, un periodista que está detrás de una historia colosalmente grande que, de ser cierta, hará tambalear los pilares que sostienen la política del mundo: la CIA, el gobierno de Estados Unidos, el Vaticano, etcétera. Braggadocio le comenta a Colonna que piensa escribir un libro con el material que investiga y se lo informa al jefe del periódico, Simei,  quien le recomienda tener cuidado con el manejo de una información tan volatil y peligrosa. Braggadocio no lo escucha y sufre las consecuencias de saber demasiado. ¿Qué le ocurre? Pues lo siento, pero no ando de ánimo de mostrar el final, así que deberán leerlo. Jaja. Esto se trata finalmente de mi opinión de la lectura, no del resumen de libro.
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Ahora vamos con ello.
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El libro me pareció espantoso.  
Número Cero se construye como una mole gigante de datos históricos en relación al posible falseamiento de la muerte de Mussolini. Casi de forma anecdótica Umberto ocupa un personaje que, a través de un monólogo, entrega páginas y páginas y páginas… y luego más páginas de datos, nombres y fechas al protagonista, Colonna, quien lo escucha atentamente (en la vida real Colonna se habría suicidado después de diez minutos, estoy seguro).

Los personajes están desarrollados de forma raquítica. El affair entre Colonna y Maia no aguanta ni su propio peso. Todo se derrumba en la intención de dar ritmo a un texto que lo pierde a las pocas páginas de haber iniciado. En resumen, todo mal. Cuando uno lee una novela histórica, como la genial obra maestra El nombre de la rosa, lo hace porque lo histórico está tejido con la trama que el autor propone, con la ficción que el autor crea. En Número Cero, esa ficción casi no existe, y lo poco que sobrevive, desde mi punto de vista, está demás. El argumento se vuelve turbio cuando intentamos entender eso de un diario que fantasea con respecto a hechos futuros posibles, partiendo desde hechos reales actuales. No hay necesidad de afear tanto el argumento, maestro Eco, ¡por Dios! Ese solo hecho, que es posicionado como un elemento central de la novela… ¡no tiene ninguna relevancia! Y si tu intención, maestro, tenía que ver con que nosotros los lectores nos diéramos cuenta que vivimos en una realidad artificial creada a partir de lo que los editores quieren que nosotros sepamos, pues no era necesario rebuscar tanto el argumento. Los personajes podrían haber estado trabajando sobre un periódico completamente normal y la historia no habría cambiado en nada. Menos es más, Eco, menos es más. Distinta es esa novela maravillosa llena de resplandecientes matices y elementos –El nombre de la rosa- sabiamente utilizados para el avance de la historia. En Número Cero, queda la sensación de un autor que está al borde de la muerte y que se plantea cómo traspasar ciertas ideas que no ha desarrollado con anterioridad. Se ve apresurado, poco trabajado, casi desesperado por entregar información, cientos de fechas y nombres que al lector no le va ni le viene. Es cierto, los datos que entrega brillan por su rigurosidad, pero, nuevamente, el objetivo de una novela no debe ser llenar de información a sus lectores, sino tener la capacidad de trabajar esa información en beneficio de una trama que le da sustento. En Número Cero no parece existir ese trabajo.

Quizá la novela es informativa (si es que lo que cuenta Eco sobre Mussolini es real y no inventado), pero uno no lee una novela para informarse –para eso se mete una enciclopedia en las narices-. Uno lee una novela para disfrutar la lectura, y aquello es algo que claramente no se logra en Número Cero. Desafortunadamente el libro solamente se queda en eso, en datos históricos pero inconexos, que no contribuyen con el argumento y que son groseramente vomitados a un lector que busca gozar con la lectura, y que no lo logra.

Ya, listo, lo dije. Se acabó el pelambre. Cambio y fuera. 

Post data. No sé si saben, pero además de lector soy psicólogo. Y como psicólogo puedo pensar que Eco no se encontraba en sus mejores momentos al redactar Número Cero y por eso escribió lo que escribió. A pesar de esta novela que prefiero dejar como un mal recuerdo, Eco sigue siendo un genio. Solo le basta El nombre de la rosa para ser un genio, pero es más que solo ese libro. Descanse en paz, maestro.

martes, 10 de enero de 2017

LA VIDA INTERIOR DE LAS PLANTAS DE INTERIOR - Patricio Pron



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Escribo el título del comentario y me quedo petrificado mirando la barrita de las letras que pestañea en mi hoja de Word. Es una mañana calurosa y todavía no me saco la chaqueta. Estoy en el trabajo, es mi hora de almuerzo.

Mientras leía el libro, pensaba qué escribir y cómo hacer una reseña, digamos, más completa, más contextualizada. Pero luego pensé, ¡qué demonios!, estas palabras tienen que ver con mi opinión del libro y si me parece que su lectura es recomendable para otros, y no mucho más. Y eso haré.

LA VIDA INTERIOR DE LAS PLANTAS DE INTERIOR, de ahora en adelante “LVIDLPDI”, es un libro que reúne 13 cuentos, elaborados como un ejercicio, digamos, de soledad y reflexión sobre los movimientos humanos. En la contraportada del libro, una tal revista ABC los califica como “relatos de exquisita soledad”. Y tiene razón. Los relatos se presentan como una narración sin diálogos, a veces en 1° persona, en otras en 3°, que muestran a los lectores las diversas posibilidades que existen a partir de interacciones humanas casuales. Explora con delicadeza los motivos de los personajes, muchas veces sin llegar a una conclusión que cierre la narración. En este sentido los textos podrían ser calificados de divergentes, de caleidoscópisos. El autor juega mucho con frases de tipo “podría ser esto, o lo otro”, pareciéndose un poco a la narrativa que han desarrollado algunos autores chilenos como Zambra (La vida privada de los árboles, Formas de volver a casa, Bonsai), o Bisama (Ruido). Son cuentos que exploran nuevas formas de narración, novedosa, alejada de una linealidad cronológica, que necesariamente mueven los intelectos de sus lectores hacia la unión de la historia. Si pudiese transformarlo a metáfora, el texto me da la impresión, la sensación, de una gran pirámide, coronada en su punta por las consecuencias de las historias desarrolladas en un nivel más “basal”. El atropello de un perro que es partido en dos y que finaliza inesperadamente con una mujer observando un rebaño de ovejas desde un avión; o la contemplación de un accidente automovilístico grave que hace que un niño comience a cortarse las piernas en su casa, nos habla de una ficción que no busca las causas más probables, como suele hacer la escritura común y usual, sino la más real. Y la realidad, como escribía en un post anterior, está llena de situaciones desconectadas, que no explican las consecuencias de los hechos (como intenta hacerlo una escritura más tradicional), pero que sin embargo, pueden ser tan consecuencia o inicio como aquellas acciones más evidentes, esas que  muestran todo el camino que tuvo que recorrer A para llegar a la D, solo como ejemplo.

Muchos de los relatos mueven a la reflexión sobre las posibilidades azarosas de los encuentros humanos, muy tipo Paul Auster. Me conmovió especialmente el relato que nos habla de una mujer estadounidense que busca abrirse paso en Francia y que, desastre tras desastre, “opta” por la prostitución para poder comer. Me gustó mucho el relato que comienza en la “Z” y que a partir de ahí va devolviéndose en las letras, y que narra desde el final de una historia hasta que la historia comienza, algunas letras más adelante: un pájaro picoteando una peluca en la isla de basura del atlántico, hasta que la peluca es fabricada, algunas páginas más adelante, por un chino sometido a las prácticas laborales opresivas de su país. Me recordó mucho a la película francesa “irreversible”, en que, según dicen las malas lenguas, a la protagonista se la violaron de verdad.

El cuento “En tránsito” me causó tristeza. Creo que todos hemos pasado por relaciones de pareja similares en que alguna de las partes comienza a buscar terrenos laborales tan distintos que termina por afectar la estabilidad del todo. En esta historia, una mujer normal de pronto se encuentra transformada en modelo y lentamente se va degradando a través de dietas y píldoras, hasta convertirse en alguien completamente distinto. El cuento habla del tránsito, del tránsito del que todos formamos parte, con nuestras relaciones transitorias (hasta las más eternas), en que nos vemos en la lejanía, nos acercamos, nos topamos, algo de chispas y luego la desaparición tras la cortina de humo. Madrid era tránsito, pues la vida de todos también lo es, y especialmente la de nuestros protagonistas.

El texto Trofeos de amantes que han partido, nos habla de un concepto que ocupo mucho con mis estudiantes: la puntuación de la secuencia de los hechos. Sin ánimos de entrar en explicaciones, la puntuación de la secuencia de los hechos nos habla del fenómeno comunicacional en el que una parte de los interactuantes (A y B, por ejemplo), atribuye ideas y pensamientos a la otra parte, y comienza a comportarse a partir de esa atribución, la mayoría de las veces falsa. El texto trata de un joven aspirante a escritor que de pronto se da cuenta que vive en el mismo edificio del escritor que más admira, justo en el departamento de abajo. Una noche comienza a sentir los pasos del sujeto encima y nuestro protagonista comienza a pensar qué estará haciendo (¿qué hacen los escritores cuando se pasean por su piso durante la noche?). Nuestro protagonista –muy austeramente llamado “A” (austeramente por Auster, no por austero)- comienza a imaginarse que está escribiendo (obvio, los mejores escritores escriben de noche y se desvelan y toman café como condenados al infierno). Luego de algunas noches, decide poner manos a la obra y comenzar a trabajar él también. Escribe varios relatos, algunos de ellos hasta ganan concursos literarios. Un día se topa al escritor en el ascensor, y decidido a conversarle, le comenta que lo ha escuchado todas las noches paseándose por su piso. Sí, le dice el escritor, mi hijo ha estado muy enfermo así que debo cuidarlo. Y aquí viene la frase del remate: “nunca he sentido que me ha importado menos la literatura”. Jajaja. Bueno, pues eso es la puntuación de la secuencia de los hechos y esa conversación que se dio en el ascensor es lo que llamamos, metacomunicación. A decide metacomunicarse con su autor favorito y lo aborda, resultando ser la escena algo muy distinto a lo que él había pensado inicialmente. Me gustó esta historia en particular. Muchas veces vamos en la vida avanzando de esa forma y presuponemos situaciones que no existen o que no son como las pensamos.

Hubo otros cuentos que no me gustaron tanto porque el final me dejó “trancado”, digámosle así, un poco frustrado: el del jurado de la novela perfecta que justo antes de conocer al tipo que la escribió, se acaba abruptamente. El perro de Picasso tampoco me agradó particularmente. He leído varios textos “narrados” por perros y siempre tengo expectativas más altas de lo que termino leyendo à Tombuctú, de Paul Auster; Flush, de Virginia Woolf, y hasta un cuento de Anton Chejov leí un día que también era narrado por un perro.

Y así. Hubo narraciones que me parecieron geniales y otras que no tanto. Fue una lectura interesante, motivada además por la poca cantidad de páginas del libro (138), dado que venía yo saliendo de un mamotreto bastante extenso.

Lectura recomendable, que hace pensar, que no es baladí y que mueve las neuronas más que otros textos que, como dice Bolaño, solo buscan entretener y por tanto son meramente superficiales.

 

jueves, 5 de enero de 2017

INSTINTO PRIMARIO (Don't look back) - Gregg Hurwitz




A ver, ¿por dónde empezar?
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Es difícil pasar de Stephen King a otros autores. Es como terminar un matrimonio y empezar  a conocer una persona nueva, o pegarse un desliz con otro cuando en tu relación todo va bien. En los libros, sin embargo, a diferencia de las relaciones, ocurre que en la pluralidad está la riqueza. A pesar de que muchas veces nos queremos quedar con los pocos autores que nos han flechado, lo cierto es que en los libros la monogamia mata. Algo así me pasó cuando empecé a leer Instinto Primario, de Gregg Hurwitz. El libro era un regalo de cumpleaños de mi hermana y la contraportada mostraba una historia interesante. Tenía ganas de leerlo. Acababa de terminar Salem’s Lot y había quedado fascinado, pero también sentía que necesitaba leer algún texto de otro autor. Me es fácil quedarme pegado con King por libros y libros, pero no creo que sea algo bueno. Como digo, creo que en la pluralidad está la ganancia del lector, en probar cosas nuevas, como dijo el Dr. Lecter.

Resultado de imagen para don't look back gregg hurwitzEmpecé a leer Instinto Primario (otro horror de traducción, en su idioma original, inglés, se llama “Don’t look back”, no mires atrás) con algo de prejuicios. El chico de la foto se veía muy galán como para dedicarse a la buena literatura (miren que pensamiento más estúpido el mío). Las primeras hojas algo rutinarias, ya. Luego, la descripción de un recorrido en kayak que me pareció excesiva. Me sentí a punto de dejar el texto de lado para seguir mirando los árboles o escoger alguno de los muchos del maestro que siempre aguardan a mi lado. Siguiente capítulo. La protagonista se encuentra una cámara en el bosque en que descubre fotos tomadas por una tal Theresa Hamilton, turista desaparecida el año anterior, que veraneaba en el mismo lugar en que ella se encuentra: “Hostería Días Felices”. En las fotos aparecía un sujeto corpulento entrando con violencia a una mujer nativa a su cabaña probablemente para violarla. La trama iba adquiriendo ritmo. La protagonista descubre poco a poco que se está quedando en la misma cabaña en que se había quedado Theresa y que dormía hasta en su misma habitación… ¡en su misma cama! Las mejillas del cadaver que tenía en mis manos comenzaban a sonrosar.

Continué… 

Eve Hardaway, decidida a averiguar qué había sucedido, comienza a preguntar a los encargados de la hostería, Neto y Lulu, pero ninguno le daba pistas. Se hacían los desentendidos. 

El misterio estaba echado y la novela se había puesto buena.  

Eve comienza a investigar y en un paseo a la selva descubre la cabaña del sujeto en cuestión. El sujeto la ve y comienza a caminar hacia ella. Eve regresa al grupo, aterrorizada. Neto, el encargado, le baja el perfil a la situación y le dice que el ermitaño es un tipo que vive ahí solitario y tranquilo, que no los molesta y que ellos no lo molestan a él tampoco. Eve intenta mostrarle las evidencias que le hacen pensar que ese tipo mató a Theresa, pero Neto insiste en no tomar en cuenta sus palabras. Le responde que Theresa era una neurótica que abandonó el campamento antes de que el resto se fuera y que había regresado a Estados Unidos. Eve busca en google y se da cuenta que Neto miente: Theresa Hamilton, turista desaparecida en México, nunca regresó a Estados Unidos.

De esta forma la novela comienza a aumentar la tensión en los lectores, como un carro de montaña rusa que su dirige hacia la cumbre, que se detiene antes de caer para que los viajantes aprecien con terror el precipicio. La historia da un breve respiro a los personajes, y luego, de forma vertiginosa, cae hacia las profundidades de la cacería. El psicópata ermitaño –que para entonces ya sabemos que se llama Bashir y que se trata de ni más ni menos que uno de los cabecillas de Osama Bin Laden escondido en la selva mexicana- comienza la persecución de Eve. La enfermera deberá poner en acción todas sus habilidades tácticas para sobrevivir y proteger a los pocos que quedan vivos: Will y Claire, el primero con la pierna rota y la segunda necesitada de ayuda de aparatos ortopédicos.
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Resultado de imagen para instinto primario gregg hurwitzMe gustaría desviarme un poco para introducir una reflexión que siempre me da vueltas cuando leo este tipo de narraciones. A medida que avanzaba, comenzaba a preguntarme ¿y qué pasaría  si el malo de la novela los mata a todos?, ¿qué pasaría con nuetra experiencia como lectores? E intenté ponerme en esa posición, es decir, ¿qué sentiría si de pronto el libro finaliza y el ermitaño psicópata logra posicionarse como el más fuerte y acabar con nuestra heroína? Como lector, la verdad creo que me sentiría frustrado, con la sensación de que la historia no cuajó o de que luego de que el rompecabezas se armó entero, una pieza quedó afuera. ¿Y por qué me sentiría así? ¿Por qué me sentiría desilusionado si la literatura como arte intenta imitar la realidad y en la realidad ese tipo de cosas sí ocurren? *Hay un texto que habla de esto pero en este momento no recuerdo su nombre, creo que es de Deleuze y Guattari* Hay gente mala que anda por ahí matando y que aniquila a todos sin que a veces haya nadie para impedirlo. Entonces como que la idea siguiente cayó en mente. No leemos para mirar la vida tal como es, cierto. A pesar de que pueda parecer uno de esos argumentos falaces o retóricos para explicar fenómenos a los que a veces nos da flojera entrar, diré lo que acostumbra decir una tía mía que ama tanto los libros como yo: Para eso tenemos suficiente con nuestra propia existencia llena de problemas. Bueno, mi tía no lee literatura latinoamericana por esa razón. Para leer problemas de otros, mejor me quedo con los míos, dice ella. Estoy en algo de acuerdo con esa declaración, ahora que le doy más vueltas. 

¿Por qué leemos entonces?, ¿leemos acaso porque esa lectura se parece a la vida real? Nopes. O preguntémonos por qué disfrutamos a Ray Bradbury o a Hugo Correa con su magnífica obra Los Altísimos, o a Isaac Asimov, o a Stephen King, o a Bram Stoker. Leemos porque esa lectura nos da satisfacción, precisamente esa satisfacción que la realidad nos niega y que la ficción nos provee. Esa satisfacción, algo así como la báscula que sostiene la justicia en que ambas deben alinearse para equiparar el peso, debe ser una experiencia que la lectura nos brinde. De lo contrario la mesa queda coja, la historia no cuaja, las piezas no calzan o la báscula queda inclinada.

La lectura nos da las satisfacciones que en la vida real no podemos encontrar. Y por lo general esa satisfacción llega cuando la experiencia de un personaje que ha sido maltratado, tiene la posibilidad de cobrar revancha (I spit on your grave es una película que juega todo el rato con esto). Por eso disfrutamos Carrie, por eso gozamos cuando Wendy Torrance se salva al final del libro (en el libro se salva junto a Dick Halloran y Dany, lo siento chicos, pero ya sabían que la película era distinta a la novela), por eso gozamos cuando Superman se sobrepone a la criptonita y por eso mismo sentimos satisfacción cuando la protagonista de nuestra novela puede encontrar refugio contra el malvado perseguidor. ¿O me van a decir que no sintieron un placer inigualable cuando Peyton Flanders (la mala de “La mano que mece la cuna”) cae por la ventana y se hace pedazos en el suelo?, ¿o que no disfrutaron el instante en que Max Cady, el malo de “Cabo de Miedo” finalmente muere a bajo un piedrazo que le hace pebre el cráneo?

Encontramos satisfacción en la novela no porque sea una obra que copie la vida real en forma perfecta, sino porque en esa realidad ficticia la justicia –justicia literaria, digamos- prevalece, dejándonos con ese gustillo de que valió la pena todo el sufrimiento que vivimos junto a los personajes. 

¿Qué pasa si sucede lo contrario? Pues lo que sucede en la vida real. Nos sentimos frustrados, hasta estafados. Decimos que el libro no es bueno porque no dio a nuestros héroes lo que merecían, porque el autor no tuvo la sensibilidad suficiente como para entregarnos lo que necesitábamos como lectores: que la balanza llegara a línea recta.

Queremos que los malos sufran y que los buenos ganen. Pero eso no sucede en la vida real, me dirá algún catete… ¡no importa!, la literatura no es la vida real, a pesar de que la imite y de que a veces se funda. Lo que queremos es que en esa imitación de la vida real, la literatura nos cuente una historia de lo que podría ser la vida real, resguardada bajo el pacto ficcional. 

Cosa rara sucede con Juego de Tronos, por ejemplo, en que los mismos personajes funcionan a ratos para ambos bandos. Interesante. Imagino que el anclaje que mantiene al espectador tiene que ver con la buena construcción de la historia, que mantiene la esperanza de los lectores en la reivindicación de los personajes con los que se han ido encariñando (más conocidos como “los buenos”) Por eso soportamos la decapitación de Lord Stark o por eso entendemos y aceptamos las bofetadas que el nauseabundo príncipe le da a su bella y santurrona princesa. Lo aceptamos porque esperamos que la historia en el futuro, así como la vida, cobre revancha. 

Volviendo a la materia de este comentario, la novela me pareció excelente en trama, no tan así en la construcción de algunos de los personajes. La verdad es que Claire a ratos no calza en la historia. O sea, nadie va de vacaciones a la selva mexicana a vivir en la naturaleza si está llena de amargura, no es verosímil. Para eso me quedo en casa, ¿no? Eso brillaba en un comienzo como una pequeña trizadura en el vidrio completo. La calidad de la narración, sin embargo, se encarga de difuminar esos pliegues que entorpecen en un primer momento al lector y nos sumergen por completo en la tensión de la historia.
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El libro vale completamente la pena. Es muy bueno, excelente a ratos (especialmente desde la mitad hacia adelante). Mantiene al lector en un suspenso que le hace avanzar página tras página sin querer dejarlo.

Es mi primera lectura de Gregg Hurwitz y sin duda no será la última.