miércoles, 23 de septiembre de 2015

La borra del café, Mario Benedetti.

Este es el libro que estoy leyendo estos días. A pocas páginas de alcanzar las cien, me parece muy similar (en forma y contenido, como dirían los profesores de castellano de antaño) a otros dos textos que leí hace algunos años: "Mis pequeñas memorias", de José Saramago; y "Antes del fin" de Ernesto Sábato. Por alguna razón al hablar de Sábato y Benedetti, siempre he tenido que esforzarme mentalmente por diferenciarlos pues en mi imaginario son casi la misma persona. No sé si parecerán físicamente o quizá sus escrituras tengan algo en común, por ejemplo, que ambos escriben historias que pintan más como crónicas. Si tuviera que reconocer alguna característica para diferenciarlos, se me ocurre que Sabato escribe desde una posición más fatalista o quizá un poco "pesimista", como se ve en "El túnel"... ah, pero justo cuando termino de escribir el nombre de la novela se me viene a la mente "La tregua", de Benedetti, quizá tan sombría como la del argentino. Bueno, como les iba diciendo, acabo de terminar de leer "La borra del café" (de Benedetti) hoy cuando venía en autobús al trabajo, mientras un tipo a mi lado se comía una rosquilla que sacaba de una bolsa de papel y sorbeteaba su café antes de que se chorreara por sus ropas. Es un bonito libro, y digo bonito en vez de interesante o bello u otro adjetivo, porque cuando se dice que algo es bonito, me da la impresión de que aquello que se califica adquiere una tonalidad de ingenuidad, de candidez. Y eso me pareció el libro, un pelín ingenuo y cándido (características que el narrador no ignora, ciertamente) pero bello. No habla de problemas ni de situaciones existenciales límites, sino más bien de la biografía de una persona normal desde su infancia hasta su adultez, con todas las vicisitudes, altos y bajos, que una vida puede arrastrar. No es la vida de Reinaldo Arenas en "Antes que anochezca", por ejemplo, en que el autor cubano relata el tipo de experiencias extremas o fundamentales que uno suele encontrar más en las novelas, sino una historia que podría ser mía o tuya o de cualquier persona. Es la historia de un joven, Claudio, en crecimiento, que va aprendiendo de la vida y dejándose modificar por ella, por los amores que conoce, por las mujeres que se le desaparecen, por los amigos con los que juega al futbol y por las comidas yugoslavas de Juliksa. Es una novela que en ese sentido podría calificarse "de crecimiento", de aprender experiencias de vida que sin ser tan fundamentales, van marcando el devenir de las personas a lo largo de su existencia. Desde el punto de vista de la "forma" literaria, me llama la atención la intercalación de narradores a través de los cuales la historia es contada. Ahora que lo digo me pregunto si cuando el texto abandonaba la primera persona para adoptaba la tercera, no habrá sido su padre, Sergio, quien fuese el que hablaba de su hijo Claudio, el protagonista. Ese elemento, reconozco, me produjo desconcierto y ahora que lo pienso no logro encontrarle el perfecto sentido. La "novela" (no sé si debería llamarse "novela", en realidad), constituye un buen ejemplo de lo que últimamente se ha llamado "género autoficcional", en que un personaje entrega suficientes elementos al lector para que éste pueda pensar que se trata en realidad de su autor real narrando experiencias a partir de un alter ego. No es novedad pensar que Claudio sería el alter ego de Mario Benedettí, coincidente también con en el tren de nombres de uno y del otro: Claudio Alberto Dionisio Fermín Nepomuceno Umberto (personaje) y Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (escritor). En el texto se presentan 48 pequeñas crónicas en que se narra algún aspecto de la vida del protagonista, algunas veces relacionadas entre sí y otras absolutamente independientes. Me gustó mucho la forma en que Claudio va creciendo como hombre a través de las páginas sin caer en la obviedad de enunciar o explicar los elementos que diferencian las transiciones de su vida. A pesar de que el narrador de pronto señala momentos en que el personaje es consciente de que ya no es un niño (como por ejemplo cuando el papá le pasó las llaves de la casa, o cuando se acostó con la inquilina chilena de su casa), gran parte de la narración encubre estos elementos y los lectores nos damos cuenta que leemos a alguien más maduro justamente porque las pequeñas crónicas se van haciendo más reflexivas, hecho con el que nos damos cuenta que ya no es el niño el que escribe, sino el adulto Claudio, con responsabilidades ya de hombre. Como señalaba, resta la interrogante de saber quién es el que escribe en tercera persona. No es mi papel descifrarlo. Pienso que pudiera ser su padre, pero me causa un poco de pudor que fuese su padre quien relatase las partes eróticas del protagonista con tanto detalle. Por otro lado me imagino que pudiese ser esta presencia fantasmal, este angel de la guarda que parece cuidar de los personajes en la figura femenina de Rita. "La borra del café" es un bonito libro, agradable y rápido de leer, que nos hace partícipes del crecimiento de sus personajes, con sus pros y sus contras, y nos muestra aquella vida que finalmente termina no siendo tan lejana a la propia vida nuestra.

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