sábado, 11 de febrero de 2012

Comentario de "Formas de volver a casa" de Alejandro Zambra



Ayer terminé de leer “Formas de volver a casa” del chileno Alejandro Zambra. En la contraportada se hablaba de un texto íntimo y muy personal. Fue la misma conclusión a la que llegué yo al terminarlo. Es un texto muy personal, muy ashí. El personaje narrador va transitando por distintas experiencias de infancia, inicialmente atravesadas por el terremoto del ochenta y cinco pero luego narradas a la luz de la dictadura. El texto está presentado tal como uno de sus críticos lo señala: develando su propia estructura. Es el mismo narrador quien a lo largo de su escritura va dando luces de cómo surge el proceso creativo, sus pros y sus contras, sus momentos en que no sabe qué escribir. En ese sentido es personal. Se adentra a la experiencia cotidianísima de los personajes, describiendo simplemente situaciones de índole “hoy intenté escribir un poema, no me resultó” punto aparte. Durante muchos momentos el libro me dio la impresión de estar echado en el living de mi casa intercambiando diálogos aburridos con alguna otra persona a mi alrededor. Algunos los piensan, otros los escriben. Zambra los escribió. O mandó a imprimir su libreta de apuntes para alguna novela que quizá no veremos nunca.

No lo sé. En los ratos en que el libro no da la eterna lata de Pinochet (esa misma lata que dan todos los que no encuentran más fuente de inspiración que la dictadura), podría decir que es sumamente entretenido. Despierta y a la vez sacia cualquier inclinación voyeurista que uno pudiese tener, precisamente por este asunto de adentrarse en lo cotidiano de los personajes. Eso por ahora. Si se me ocurre algo más, lo agrego.

jueves, 2 de febrero de 2012

Y llegó febrero

Llegó febrero, y junto a él, próximamente, el día de los enamorados. Y junto a este día, mi anual pensamiento de nunca haber pasado esa fecha con alguien a mi lado. Afortunadamente hay unos cuantos inteligentes que gustan de arreglar las fechas y dejarlas para todos los gustos. A uno de esos, sin duda, se le debe haber ocurrido hablar del 14 de febrero como, además, el día de la amistad. Menos mal que de esos/as sí tengo, unas/os cuantas/os, en realidad, y gracias a ellos esta fecha cobra sentido.
El otro día una amiga me dijo “ya vamos a cumplir un año”. Y al darse cuenta del gesto extraño que adoptó mi rostro, me dijo “pero si los amigos también podemos celebrar”. Tiene razón. Y más razón tiene porque somos amigos y no pareja. Por eso yo no logro entender muy bien cuando se habla de “simplemente” amigos y nada más. Creo que debería ser al revés el asunto, o sea, algo así como “simplemente pareja” y nada más. Después de todo, la garantía de la amistad es que cuando la pareja pase (ya que probablemente pasará), los amigos quedarán.
Tengo la idea de que es más fácil que una relación de pareja se rompa antes que una relación de amistad. La pareja exige una serie de requerimientos básicos que los amigos no. En este sentido los amigos son, podríamos decir, más incondicionales que las parejas.
Y, entonces, ¿qué se celebrará este 14 de febrero? El día de la amistad. Y para quienes así lo vean, también el día de quienes, además de amigos, son pareja. Felicidades a todos ellos.

martes, 31 de enero de 2012

Me gustan los libros



Me seducen, me atrapan porque transgreden todo lo que hasta un determinado momento he considerado como verdadero o falso. Cuestionan. Los libros enseñan a cuestionar la vida. La propia y la de otros, con el fin de transformarla en lo que realmente queremos que sea. Me es imposible dejar de pensar en Borges y la gran fascinación que el escritor sentía por las bibliotecas. Él decía que, de existir el cielo, debía ser sin duda una gran biblioteca. Imagino que quiso señalar que en aquel paraíso existirían muchos libros, quizá los libros de cada una de las personas que habitan este planeta. Sea como sea, los libros la llevan, y me sorprende ver el poco o nulo tiempo que dedicamos a cultivar la amistad con ellos. Hoy en día la situación ha cambiado mucho desde hace algunos buenos cientos de años atrás en que la lectura era una actividad mucho más probable de lo que es hoy en día. Y es clara la explicación: las personas de esas épocas no tenían los distractores que tenemos los que vivimos en el presente. Hoy en día, desde el preciso momento en que ponemos un pie en nuestros hogares, encendemos televisor, radio, computador, internet, banda ancha, wifi, teléfono, y cuanto electrodoméstico tengamos enfrente con el fin de evadir el encuentro con la tranquilidad. Hace pocos días una amiga me decía, al llegar a casa: “no soporto el silencio”, mientras prendía el televisor y sintonizaba cualquier canal. La cosa es clara: el hombre y la mujer actual no soporta el silencio, requisito indispensable para el desarrollo de actividades como la lectura. Hace cientos de años, cuando alguien llegaba a su morada, ¿qué hacía? Imagino que prender una vela, abrir las ventanas, ordenar un poco y luego, si tenía la suerte de saber leer, abrir un libro y comenzar el viaje. ¿Y luego?, pues bueno, si había ya leído los suficientes, quizá hasta le daban ganas de escribir uno. Se cree, por ejemplo, que Miguel de Cervantes Saavedra muy probablemente comenzó su colosal Don Quijote de La Mancha mientras pasaba el tiempo en prisión. O el Marqués de Sade, quien compuso algunos de sus mejores párrafos bajo el dominio del encierro.
No quisiera decir con esto que para escribir o leer hay que estar encerrado bajo siete llaves, sino más bien que, para poder realizar cualquiera de estas dos actividades, es necesario reducir los distractores que puedan generar que la atención se pierda. Virginia Woolf fue una de las escritoras que se cabeceó con estas cuestiones. En su libro “Un cuarto propio”, la británica plantea que el campo artístico literario, en tanto posibilidad expresiva de la mujer, se ha visto terriblemente entorpecido por un solo hecho: las protagonistas de la escritura femenina son mujeres que han debido enfrentar todo tipo de distractores a lo largo de los siglos. Partiendo por el cuidado de los hijos. 

Por tanto, si nos esforzamos un poco y apagamos el televisor, es posible que nuestros espacios cotidianos gocen del mismo silencio que hubo en aquellos de hace cientos de años. Aquel bendito silencio que posibilita, entre otras muchas actividades, la lectura. Ese silencio tan poco respetado que hoy en día no es posible encontrar ni siquiera en las bibliotecas públicas, donde, para desgracia de todos los seres humanos, es muy probable verse interrumpido por minúsculas radios chirriando la melodía de alguna canción. Es de esperar que la cosa cambie.
Eso por hoy. Ha sido un placer. Dicho esto y con la esperanza de que bajemos un poco el volumen para no molestar al vecino, apagaré el pc y abriré un libro, deseando, ojalá, que ustedes hagan exactamente lo mismo.

martes, 24 de enero de 2012

La gente

La gente me pregunta constantemente cómo se ha de hacer una olla de arroz que contenga tres millones, ochenta y dos granos. Al principio pensaba que era una tomada de pelo, pero luego de meditar por unos segundos, me di cuenta de la seriedad ineludible de la pregunta. Tanto así, que después de hacer complicados y preparados bosquejos para entenderla, me di cuenta que no viene al caso detenerme en ese asunto. Es comprensible que yo, un analfabeto de treinta y dos años no viera a primera vista la importancia de tal cantidad – y no otra – pero quienes me leen seguramente se aburrirían de sobremanera si me pusiera a explicar una por una las causas de esta incertidumbre sin resolución. Basta revisar los periódicos que diariamente se emiten para poder vislumbrar semejante cuestión, o ¿es que la cantidad de nubes en el cielo o de hojas en los árboles no representan razón suficiente para usted? Si así fuera, le rogaría dejar de leer en este momento, pues quizá no comprenda nada, lo que podría ocasionar daños irreparables en su ego.