Anoche terminé de leer LA
ESCRITURA O LA VIDA de Jorge Semprún. Es el primer libro que leo de él
y creo que será el último. Llegué a él por el título. Me pareció sugerente y
además estaba a bajo precio en la librería. Como muchos otros, no lo tomé al
primer momento. Se quedó en la biblioteca por lo menos un años antes de empezar
a leerlo.
Semprún plantea que su intención
no es reducir su escritura a un testimonio de lo vivido en el campo de concentración
de BUCHENWALD,
eso lo han hecho ya muchos, sino reflexionar sobre la vida a la luz de
su experiencia como prisionero. De esta manera el autor se pasea por una amplia
gama de temas, que van desde algunos de los momentos vividos en el campo mismo,
hasta experiencias amorosas después de su liberación. Siempre hay una pregunta
que ronda su escritura: ¿cómo contar lo sucedido allá adentro?, ¿cómo y en qué
momento?, ¿a quién?, ¿vale la pena hacerlo?, ¿pueden las palabras describir el
horror, la encarnación del Mal mismo? Semprún se reconoce en el texto no como
un superviviente, como alguien que ha evitado la muerte, sino como un hombre que
la ha atravesado y ha sido modificado por ella. Es esa modificación el lugar desde
donde comienza a replantearse su vida como sujeto.
El texto está narrado de forma
autobiográfica, intercalando pasajes estructurados como novela (o cuento, o
ficción, en definitiva). Estos últimos son los que más fáciles de comprender se
me hicieron. Jorge Semprún constantemente divaga en su escritura, saltando de
tópico en tópico para luego volver a los anteriores y continuar nuevamente
desde ahí. Relata vivencias en las que por un pensamiento, una emoción, una percepción,
continúa hacia otras narraciones para luego retomar las previas (un poco lo que
hace Las mil y una noches. Parece que la influencia del texto árabe es
insospechada). La verdad, como lector esa experiencia no es algo fácil porque exige una atención que va más allá de
lo que uno está acostumbrado. No es, en este sentido, una lectura cómoda en la
que uno descanse. Por el contrario, constantemente uno debe releer los párrafos
para lograr comprender lo planteado, especialmente por el tipo de escritura
(una escritura barroca, podríamos decir, en el sentido de lo enrevesada que
resulta a ratos). No digo que esto sea malo. Nadie dice que la lectura sea algo
que siempre deba ser un colchón de flores. A veces es espinosa como una cancha
de obstáculos y ello nos ayuda a ejercitar la comprensión. Sin embargo, no es
una escritura en la que uno descanse. Es críptica y exige conocimientos filosóficos y literarios que el lector común por lo general no maneja.
Cuando comencé a leer a Paul
Auster, lo hice a partir de sus textos autobiográficos para luego introducirme
en los ficcionales. Creo que aquí me pasó lo mismo. Me desdigo de lo que
declaré al comienzo. Probablemente sí tome otro de Semprún. Lo árido ya pasó.