martes, 29 de marzo de 2022

Despachos del fin del mundo - ALBERTO FUGUET

Uno de los problemas que tengo al leer libros tipo "corriente de pensamiento" como los de la Virginia Woolf, es que no puedo seguir las ideas, me desconcentro totalmente y no logro ni aproximarme de lo que la narración busca transmitir. Para mí termina siendo una lectura sin rumbo y no hay experiencia lectora peor que aquella. 

Sin ser ese tipo de escritura de la que vengo a hablar hoy, sí debo reconocer que me generó algo similar. Y sospecho que esa fue una de las razones por las cuales el libro de Fuguet no me enganchó. El mismo autor reconoce al principio que él no escribe diarios, diarios de vida, y por lo tanto los lectores asumimos, entendemos, que el ejercicio que él busca en esta publicación es justamente hacer como si... como si fuese un diario, una especie de diario, un texto de ideas, pedazos, trazos de memorias, trasladadas a letras, etc. y que justamente por ello, no busca ni logra transmitir una cohesión, salvo en determinados fragmentos. 

Hay partes del libro en que leemos al Fuguet de Mala Onda, ya sobre los 50 años, en fiestas boomer (nueva palabra aprendida hace poco, lo reconozco), mientras que en otros textos vemos ya al Fuguet que se ha encumbrado estos últimos años: un comentarista de películas, un puente vinculante entre experiencias de vida y la banda sonora que armonizó esas vivencias con las canciones y películas del momento. La verdad, y para decirlo bien, todos los libros de Fuguet que no son novelas ni narrativa, terminan siendo un único libro cuyas páginas han sido editadas con distintos nombres y con algunas variaciones en formato (véase "Las películas de mi vida", "VHS", "Apuntes autistas", entre otros). Películas, años 70, 80, Donna Summer, jóvenes perdidos, generación perdida y de ahí en adelante. Me entienden, ¿no? Pienso, ahora que releo esto, que a Fuguet le falta un libro del SIDA, en cualquier formato, crónica, novela, cuentos, apuntes. Eso sí sería genial.

El libro me costó mucho seguirlo, como que eso quedó claro, ¿no? Trata (¿de qué trata?) en un primer momento sobre las reflexiones de un entumecido Fuguet ante la invasión extraterrestre que tanta gracia le causó y cuya principal corresponsal fue doña Cecilia Morel. Ahí, el estallido social, lo que significó, las injusticias sociales, los cacerolazos, las por primera vez multitudes hechas de pequeños granitos de arena pero que juntas podían derribar imperios, las juntas con jóvenes indeterminadas en esta maraña de realidades ficcionadas. 

Luego, en un segundo momento, de lleno al encierro. Lo que significó la pandemia, la dificultad de imaginarse el futuro, la imposibilidad de vivir un presente, la añoranza de un pasado feliz que no valoró en su su momento ¿no lo valoró él o habla por todos? Y después, diría yo, como bonus track, el plebiscito. Me parece que el libro lo editó antes de saber que ganaría el apruebo y tendríamos a tía Pikachu y al Pelao Vade definiendo nuestros futuros. Son como los ejes de Fuguet, en en todo caso. Pero todos pintados con distintos colores a distintas velocidades, demasiado cortos para poder formar una estructura y demasiado rápido para entenderlo.

Creo que no leeré mucho más de Fuguet a menos que sea narrativa. Porque, la verdad, sus primeros libros los encontré fascinantes. Yo era un fanático de Fuguet, de ese fantasma que vagaba por avenida Kennedy alumbrando con su exquisita mala onda la fealdad de nuestra alta sociedad. Long live Mala Onda!... pero los últimos, incluso en narrativa, a ratos, uff, ¿cómo decirlo? Quizá valga la pena compararlo: un globo que inflo, inflo e inflo simplemente porque es lo que he hecho siempre pero no porque tenga aire que meterle: excesiva divagación. 

Amé SUDOR en un 60%. La historia, o la idea de la historia, me encantó. Me encantó imaginármela, me encantó que metiera personajes previos como Pablo Honey (radiohead), ese fresh-azo que se pegó como un Matías Vicuña actual, ese movimiento, Pablo Honey ya mayor y alejado de tanto boche, que se junta con el protagonista de Sudor. En fin, eso me pareció estupendo. 

Pero creo que divagó demasiado. Y no es que me esté saliendo lo limítrofe. Una historia relativamente breve la transformó en un mamotreto de 400 y tantas páginas que durante gran parte estuve a punto de soltar. Fuguet es un maestro últimamente del vilo entre el sí y el no... y cuando como lector has ya decidido que no seguirás, te queda tan poco que terminas diciendo que sí y te lo lees entero. Reconozco que muchas veces ese final hace que la lectura entera haya valido la pena. Pero a veces no. 

Ay, Fuguet de antes, te extraño. Extraño esas frases cortas y contundentes que cortaban el aire. Pero entiendo que todos todos todos estamos sometidos al tiempo y lo que antes nos despertaba un grito ahora solo nos hace subir una ceja. Proceso de maduración, quizá. 

Despachos del fin del mundo pensé que era mejor, me lo compré con harto entusiasmo pero a poco leerlo queda claro que tal como Fuguet lo dice, fue un libro escrito para él. Y por tanto, no hay nada de qué culparlo. Fue un libro escrito para él y hay que reconocer lo harto que se nota.