martes, 10 de enero de 2017

LA VIDA INTERIOR DE LAS PLANTAS DE INTERIOR - Patricio Pron



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Escribo el título del comentario y me quedo petrificado mirando la barrita de las letras que pestañea en mi hoja de Word. Es una mañana calurosa y todavía no me saco la chaqueta. Estoy en el trabajo, es mi hora de almuerzo.

Mientras leía el libro, pensaba qué escribir y cómo hacer una reseña, digamos, más completa, más contextualizada. Pero luego pensé, ¡qué demonios!, estas palabras tienen que ver con mi opinión del libro y si me parece que su lectura es recomendable para otros, y no mucho más. Y eso haré.

LA VIDA INTERIOR DE LAS PLANTAS DE INTERIOR, de ahora en adelante “LVIDLPDI”, es un libro que reúne 13 cuentos, elaborados como un ejercicio, digamos, de soledad y reflexión sobre los movimientos humanos. En la contraportada del libro, una tal revista ABC los califica como “relatos de exquisita soledad”. Y tiene razón. Los relatos se presentan como una narración sin diálogos, a veces en 1° persona, en otras en 3°, que muestran a los lectores las diversas posibilidades que existen a partir de interacciones humanas casuales. Explora con delicadeza los motivos de los personajes, muchas veces sin llegar a una conclusión que cierre la narración. En este sentido los textos podrían ser calificados de divergentes, de caleidoscópisos. El autor juega mucho con frases de tipo “podría ser esto, o lo otro”, pareciéndose un poco a la narrativa que han desarrollado algunos autores chilenos como Zambra (La vida privada de los árboles, Formas de volver a casa, Bonsai), o Bisama (Ruido). Son cuentos que exploran nuevas formas de narración, novedosa, alejada de una linealidad cronológica, que necesariamente mueven los intelectos de sus lectores hacia la unión de la historia. Si pudiese transformarlo a metáfora, el texto me da la impresión, la sensación, de una gran pirámide, coronada en su punta por las consecuencias de las historias desarrolladas en un nivel más “basal”. El atropello de un perro que es partido en dos y que finaliza inesperadamente con una mujer observando un rebaño de ovejas desde un avión; o la contemplación de un accidente automovilístico grave que hace que un niño comience a cortarse las piernas en su casa, nos habla de una ficción que no busca las causas más probables, como suele hacer la escritura común y usual, sino la más real. Y la realidad, como escribía en un post anterior, está llena de situaciones desconectadas, que no explican las consecuencias de los hechos (como intenta hacerlo una escritura más tradicional), pero que sin embargo, pueden ser tan consecuencia o inicio como aquellas acciones más evidentes, esas que  muestran todo el camino que tuvo que recorrer A para llegar a la D, solo como ejemplo.

Muchos de los relatos mueven a la reflexión sobre las posibilidades azarosas de los encuentros humanos, muy tipo Paul Auster. Me conmovió especialmente el relato que nos habla de una mujer estadounidense que busca abrirse paso en Francia y que, desastre tras desastre, “opta” por la prostitución para poder comer. Me gustó mucho el relato que comienza en la “Z” y que a partir de ahí va devolviéndose en las letras, y que narra desde el final de una historia hasta que la historia comienza, algunas letras más adelante: un pájaro picoteando una peluca en la isla de basura del atlántico, hasta que la peluca es fabricada, algunas páginas más adelante, por un chino sometido a las prácticas laborales opresivas de su país. Me recordó mucho a la película francesa “irreversible”, en que, según dicen las malas lenguas, a la protagonista se la violaron de verdad.

El cuento “En tránsito” me causó tristeza. Creo que todos hemos pasado por relaciones de pareja similares en que alguna de las partes comienza a buscar terrenos laborales tan distintos que termina por afectar la estabilidad del todo. En esta historia, una mujer normal de pronto se encuentra transformada en modelo y lentamente se va degradando a través de dietas y píldoras, hasta convertirse en alguien completamente distinto. El cuento habla del tránsito, del tránsito del que todos formamos parte, con nuestras relaciones transitorias (hasta las más eternas), en que nos vemos en la lejanía, nos acercamos, nos topamos, algo de chispas y luego la desaparición tras la cortina de humo. Madrid era tránsito, pues la vida de todos también lo es, y especialmente la de nuestros protagonistas.

El texto Trofeos de amantes que han partido, nos habla de un concepto que ocupo mucho con mis estudiantes: la puntuación de la secuencia de los hechos. Sin ánimos de entrar en explicaciones, la puntuación de la secuencia de los hechos nos habla del fenómeno comunicacional en el que una parte de los interactuantes (A y B, por ejemplo), atribuye ideas y pensamientos a la otra parte, y comienza a comportarse a partir de esa atribución, la mayoría de las veces falsa. El texto trata de un joven aspirante a escritor que de pronto se da cuenta que vive en el mismo edificio del escritor que más admira, justo en el departamento de abajo. Una noche comienza a sentir los pasos del sujeto encima y nuestro protagonista comienza a pensar qué estará haciendo (¿qué hacen los escritores cuando se pasean por su piso durante la noche?). Nuestro protagonista –muy austeramente llamado “A” (austeramente por Auster, no por austero)- comienza a imaginarse que está escribiendo (obvio, los mejores escritores escriben de noche y se desvelan y toman café como condenados al infierno). Luego de algunas noches, decide poner manos a la obra y comenzar a trabajar él también. Escribe varios relatos, algunos de ellos hasta ganan concursos literarios. Un día se topa al escritor en el ascensor, y decidido a conversarle, le comenta que lo ha escuchado todas las noches paseándose por su piso. Sí, le dice el escritor, mi hijo ha estado muy enfermo así que debo cuidarlo. Y aquí viene la frase del remate: “nunca he sentido que me ha importado menos la literatura”. Jajaja. Bueno, pues eso es la puntuación de la secuencia de los hechos y esa conversación que se dio en el ascensor es lo que llamamos, metacomunicación. A decide metacomunicarse con su autor favorito y lo aborda, resultando ser la escena algo muy distinto a lo que él había pensado inicialmente. Me gustó esta historia en particular. Muchas veces vamos en la vida avanzando de esa forma y presuponemos situaciones que no existen o que no son como las pensamos.

Hubo otros cuentos que no me gustaron tanto porque el final me dejó “trancado”, digámosle así, un poco frustrado: el del jurado de la novela perfecta que justo antes de conocer al tipo que la escribió, se acaba abruptamente. El perro de Picasso tampoco me agradó particularmente. He leído varios textos “narrados” por perros y siempre tengo expectativas más altas de lo que termino leyendo à Tombuctú, de Paul Auster; Flush, de Virginia Woolf, y hasta un cuento de Anton Chejov leí un día que también era narrado por un perro.

Y así. Hubo narraciones que me parecieron geniales y otras que no tanto. Fue una lectura interesante, motivada además por la poca cantidad de páginas del libro (138), dado que venía yo saliendo de un mamotreto bastante extenso.

Lectura recomendable, que hace pensar, que no es baladí y que mueve las neuronas más que otros textos que, como dice Bolaño, solo buscan entretener y por tanto son meramente superficiales.

 

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