Escribo el título del
comentario y me quedo petrificado mirando la barrita de las letras que pestañea
en mi hoja de Word. Es una mañana calurosa y todavía no me saco la chaqueta.
Estoy en el trabajo, es mi hora de almuerzo.
Mientras leía el libro,
pensaba qué escribir y cómo hacer una reseña, digamos, más completa, más
contextualizada. Pero luego pensé, ¡qué demonios!, estas palabras tienen que
ver con mi opinión del libro y si me parece que su lectura es recomendable para
otros, y no mucho más. Y eso haré.
LA
VIDA INTERIOR DE LAS PLANTAS DE INTERIOR, de ahora en adelante
“LVIDLPDI”, es un libro que reúne 13 cuentos, elaborados como un ejercicio,
digamos, de soledad y reflexión sobre los movimientos humanos. En la
contraportada del libro, una tal revista ABC los califica como “relatos de
exquisita soledad”. Y tiene razón. Los relatos se presentan como una narración
sin diálogos, a veces en 1° persona, en otras en 3°, que muestran a los
lectores las diversas posibilidades que existen a partir de interacciones
humanas casuales. Explora con delicadeza los motivos de los personajes, muchas
veces sin llegar a una conclusión que cierre la narración. En este sentido los
textos podrían ser calificados de divergentes, de caleidoscópisos. El autor
juega mucho con frases de tipo “podría ser esto, o lo otro”, pareciéndose un
poco a la narrativa que han desarrollado algunos autores chilenos como Zambra
(La vida privada de los árboles, Formas de volver a casa, Bonsai), o Bisama
(Ruido). Son cuentos que exploran nuevas formas de narración, novedosa, alejada
de una linealidad cronológica, que necesariamente mueven los intelectos de sus
lectores hacia la unión de la historia. Si pudiese transformarlo a metáfora, el
texto me da la impresión, la sensación, de una gran pirámide, coronada en su
punta por las consecuencias de las historias desarrolladas en un nivel más
“basal”. El atropello de un perro que es partido en dos y que finaliza
inesperadamente con una mujer observando un rebaño de ovejas desde un avión; o
la contemplación de un accidente automovilístico grave que hace que un niño
comience a cortarse las piernas en su casa, nos habla de una ficción que no
busca las causas más probables, como suele hacer la escritura común y usual,
sino la más real. Y la realidad, como escribía en un post anterior, está llena
de situaciones desconectadas, que no explican las consecuencias de los hechos
(como intenta hacerlo una escritura más tradicional), pero que sin embargo, pueden
ser tan consecuencia o inicio como aquellas acciones más evidentes, esas que muestran todo el camino que tuvo que recorrer
A para llegar a la D, solo como ejemplo.
Muchos de los relatos mueven
a la reflexión sobre las posibilidades azarosas de los encuentros humanos, muy
tipo Paul Auster. Me conmovió especialmente el relato que nos habla de una
mujer estadounidense que busca abrirse paso en Francia y que, desastre tras
desastre, “opta” por la prostitución para poder comer. Me gustó mucho el relato
que comienza en la “Z” y que a partir de ahí va devolviéndose en las letras, y
que narra desde el final de una historia hasta que la historia comienza,
algunas letras más adelante: un pájaro picoteando una peluca en la isla de
basura del atlántico, hasta que la peluca es fabricada, algunas páginas más
adelante, por un chino sometido a las prácticas laborales opresivas de su país.
Me recordó mucho a la película francesa “irreversible”, en que, según dicen las
malas lenguas, a la protagonista se la violaron de verdad.
El cuento “En tránsito” me
causó tristeza. Creo que todos hemos pasado por relaciones de pareja similares
en que alguna de las partes comienza a buscar terrenos laborales tan distintos
que termina por afectar la estabilidad del todo. En esta historia, una mujer
normal de pronto se encuentra transformada en modelo y lentamente se va degradando
a través de dietas y píldoras, hasta convertirse en alguien completamente
distinto. El cuento habla del tránsito, del tránsito del que todos formamos
parte, con nuestras relaciones transitorias (hasta las más eternas), en que nos
vemos en la lejanía, nos acercamos, nos topamos, algo de chispas y luego la
desaparición tras la cortina de humo. Madrid era tránsito, pues la vida de
todos también lo es, y especialmente la de nuestros protagonistas.
El texto Trofeos de amantes que han partido, nos
habla de un concepto que ocupo mucho con mis estudiantes: la puntuación de la
secuencia de los hechos. Sin ánimos de entrar en explicaciones, la puntuación
de la secuencia de los hechos nos habla del fenómeno comunicacional en el que
una parte de los interactuantes (A y B, por ejemplo), atribuye ideas y
pensamientos a la otra parte, y comienza a comportarse a partir de esa
atribución, la mayoría de las veces falsa. El texto trata de un joven aspirante
a escritor que de pronto se da cuenta que vive en el mismo edificio del
escritor que más admira, justo en el departamento de abajo. Una noche comienza
a sentir los pasos del sujeto encima y nuestro protagonista comienza a pensar
qué estará haciendo (¿qué hacen los escritores cuando se pasean por su piso
durante la noche?). Nuestro protagonista –muy austeramente llamado “A”
(austeramente por Auster, no por austero)- comienza a imaginarse que está
escribiendo (obvio, los mejores escritores escriben de noche y se desvelan y
toman café como condenados al infierno). Luego de algunas noches, decide poner
manos a la obra y comenzar a trabajar él también. Escribe varios relatos,
algunos de ellos hasta ganan concursos literarios. Un día se topa al escritor
en el ascensor, y decidido a conversarle, le comenta que lo ha escuchado todas
las noches paseándose por su piso. Sí, le dice el escritor, mi hijo ha estado
muy enfermo así que debo cuidarlo. Y aquí viene la frase del remate: “nunca he
sentido que me ha importado menos la literatura”. Jajaja. Bueno, pues eso es la
puntuación de la secuencia de los hechos y esa conversación que se dio en el
ascensor es lo que llamamos, metacomunicación. A decide metacomunicarse con su
autor favorito y lo aborda, resultando ser la escena algo muy distinto a lo que
él había pensado inicialmente. Me gustó esta historia en particular. Muchas
veces vamos en la vida avanzando de esa forma y presuponemos situaciones que no
existen o que no son como las pensamos.
Hubo otros cuentos que no me
gustaron tanto porque el final me dejó “trancado”, digámosle así, un poco
frustrado: el del jurado de la novela perfecta que justo antes de conocer al
tipo que la escribió, se acaba abruptamente. El perro de Picasso tampoco me
agradó particularmente. He leído varios textos “narrados” por perros y siempre
tengo expectativas más altas de lo que termino leyendo à Tombuctú, de Paul Auster;
Flush, de Virginia Woolf, y hasta un cuento de Anton Chejov leí un día que también
era narrado por un perro.
Y así. Hubo narraciones que
me parecieron geniales y otras que no tanto. Fue una lectura interesante,
motivada además por la poca cantidad de páginas del libro (138), dado que venía
yo saliendo de un mamotreto bastante extenso.
Lectura recomendable, que
hace pensar, que no es baladí y que mueve las neuronas más que otros textos
que, como dice Bolaño, solo buscan entretener y por tanto son meramente
superficiales.
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