Me encanta Fuguet. Me encanta su
literatura, su escritura y la manera en que recrea las realidades de sus
personajes. Creo que he leído casi toda su obra, salvo por Todo no es suficiente. Por eso cuando supe que venía su nueva
novela, Sudor, quise adquirirla de inmediato. Por desgracia los precios
estaban por las nubes y no pude comprarla. Sin embargo demoró poco en llegar a
la Biblioteca Pública, así que apenas la vi, la tomé y llevé
a casa para comenzar a leerla.
La novela trataba de Alfredo, un
editor homosexual que prepara el lanzamiento de un libro de fotografías
publicado por la editorial Alfaguara. El evento es apoteósico, descomunal,
para el autor visitante que tiene fama de leyenda literaria: el mexicano (¿mexicano
era?) Rafael Restrepo Carvajal, escritor octogenario, acompañado de su hijo veinteañero, Rafael
Restrepo Santos. (Si Fuguet hubiera introducido toda la acción en un solo día, se habría convertido en nuestro Virginio Woolf criollo).

Alfredo y Rafael comienzan su
aventura. Ambos enganchan. Alfredo es un gay adicto al hueveo capitalino,
deseoso de buscar nuevos cuerpos y sudores. Sin embargo, a sus 41 años comienza
ya a darse cuenta que no todo en la vida es sexo. Con un pasado marcado
(marcado, manchado) por un ex, apodado “el Factor Julián”, Alfredo engancha con
las rarezas de este nuevo personaje, el poeta hemofílico, que no puede derramar
sangre por temor a morirse. Rafael Restrepo Santos aparece como un sujeto fragmentado
y contradictorio, extravagante, que transforma en literatura las penurias obscenas
de una vida llena de lujos. Es extraño. Pero detrás de esa extrañeza se esconde
la fragilidad. El histrionismo lo cubre todo y se mezcla con drogas, deseos y
desenfreno. Salen, bailan, fuman y las luces lo cubren todo hasta el descontrol.
Alfredo de a poco se convierte en su amor, en su partner y el encantamiento se
apodera de ambos. ¿Será éste?, ¿serás tú?, se pregunta solo él, nuestro editor.
Qué
pena, le responde el mexicano cuando verbaliza su inquietud,
cuando usted me vaya a ver no le voy a abrir la puerta, porque estaré con otro.
Lo sabe, ¿no? El vacío con que ha quedado después de años de camas
desconocidas le hace creer que debe existir algo más profundo que el solo
placer sexual. Las páginas avanzan rápido y el engranaje novelesco comienza a tensarse.
Aparece de pronto un tercero que distorsiona todo y la presión de la lectura se
eleva. La olla aguanta pero poco falta para que se rompa. Finalmente estalla, y
nos deja a nosotros, los lectores con la boca en el suelo y el alma en un hilo.
¿Qué diablos ha sucedido? He ahí la gracia de la narración.
La novela resulta una montaña
rusa con un laaaargo y plano comienzo. Debo reconocer que en un principio sentí
que el libro no era lo que esperaba. La historia me parecía poco estructurada,
como un chaleco a medio terminar, carente de cuidado en la edición (aunque sé
que algunos me dirán que ése es precisamente el estilo buscado) y a ratos
demasiado cuento homopornográfico explícito sin mucho norte.
En varios momentos pensé abandonar
la lectura porque no me sentía identificado para nada con los eventos descritos
(salvo que el protagonista es de Conce, aunque yo no soy de Conce pero vivo en
esa ciudad). Sin embargo, me mantuve fiel dado que con anterioridad me había
sucedido algo similar con APUNTES AUTISTAS, otro libro (no
novela) de Fuguet en que después de terminarlo, agradecí no haber desechado.
Por eso continué y reconozco que fue la decisión acertada. La narración, en un
comienzo tediosa e inconexa, empieza a encajar, a hervir, a cuajar, poco antes
de que Alfredo conozca a Rafael hijo. Las páginas avanzan rápido y terminan en
una conjunción de elementos afilados y cortantes. El final es formidable y
demuestra la pericia del escritor. Los lectores nos quedamos sorprendidos,
anonadados, atontados, sin poder parar hasta que la última página nos lleva a
un rotundo “FIN”, luego de la cual nos recostamos mirando el techo
preguntándonos “¡¿pero cómo?!”. Efectivamente, “¡¿pero cómo?!”.
No sé si decir que Fuguet
demuestra madurez en su texto. La estructura narrativa, la arquitectura que
sostiene la historia (arquitectura narrativa según Vargas Llosa), se aleja de
lo tradicional, pues alterna un mismo personaje en primera y tercera persona.
No estoy muy de acuerdo con esas alternancias o quizá no logro comprenderlas
del todo. Da la sensación de un manuscrito con poco pulido, pero es la onda que
se usa actualmente, esto de lo posmoderno y de lo autoficcional, que da la
sensación de estar leyendo crónicas o memorias en vez de una novela. Me lo creí
así, tanto que al terminar el libro me dirigí a Google para buscar los nombres
de los dos escritores. Con sorpresa me di cuenta que no eran reales. Me habría
gustado que lo fueran, para ver si los modelos coincidían con lo que desfilaba
al interior de mi cabeza. Eran personajes inventados. El autor ya no es el
jovenzuelo que escribió Mala Onda, cierto. Es capaz de dar
coherencia a 500 páginas y mezclar personajes de otros libros suyos. Da la
casualidad que hace poco había leído AEROPUERTOS (la reseña está más
abajo). Pablo Honey viene de esa novela, otro personaje dañado (Fuguet adora a
los personajes dañados de alcurnia, tipo Matías Vicuña o Pablo Honey) que
aparece nuevamente en SUDOR. Esa mezcla, ese guiño
narrativo siempre resulta entretenido y nos hace pensar en esa idea (nada
nuevo, por cierto, no lo he pensado yo) de que las obras de un autor refieren a
menudo a un mismo universo. Pablo Honey aparece como amigo, contacto, divo
inspirador del poeta hemofílico y alcanza a desaparecer antes de que todo vuele
por los aires. Alfredo lo ve e interactúa con él. Entretenido.
La novela al principio me aburrió
pero luego me conquistó y terminó por enamorarme. A quienes sean seguidores de
la obra de Fuguet les diría que le den una oportunidad y continúen la lectura,
a pesar de que los primeros dos cuartos del texto parezcan a ratos insufribles.
El texto mejora y vaya que lo hace.