domingo, 27 de septiembre de 2015

La mesa limón - Julian Barnes

Debo reconocer que este es uno de esos libros que despiertan en mí una multitud de sentimientos encontrados pues por un lado a cada página tengo la sensación de que no estoy entendiendo nada (o que mi déficit atencional se me disparó) pero luego, cuando llego al final del cuento, me doy cuenta que sí entendí, que todas las piezas encajaron y me dan ganas de seguir leyendo. Es el primer libro que leo de Julian Barnes y todavía no puedo asegurar que habrá un segundo. Es complejo. Hace algunos días venía sentado en el bus pensando cómo poder describir este tipo de escritura y la mejor forma es a través de alguna figura retórica, como la metáfora. Y es que al momento de la lectura me da toda la impresión de estar leyendo, dentro de la misma historia, diversas "islas de información" -personajes, vínculos, crecimientos, subjetividades, etc- pero cuyos puentes, a pesar de existir, no son presentados al lector, o por lo menos no de la forma tradicional. Un tanto dificil de explicar. Es como cuando Virginia Woolf narra a través de la corriente de pensamientos, por medio del monólogo interno, los diversos saltos de pensamiento -valga la redundancia- de sus personajes y uno de pronto se va quedando perdido pues no hay necesariamente nexo que los vincule. Eso mismo de pronto me sucede con La mesa limón. En un momento estoy leyendo un personaje que era un niño y estaba sentado en un sillón de peluquería, pensando que el peluquero era un depravado, y en un momento siguiente me topo con el mismo narrador, pero hablando de otra peluquera que ha comenzado a cortarle el pelo. Entonces uno no sabe si es que simplemente los peluqueros tienen distintos turnos de trabajo o es que el personaje ha crecido y por esa razón quien le corta el pelo es otra persona. A pesar de esto, la contratapa indica que los cuentos que conforman el libro tienen que ver con el proceso de hacerse viejo, con la inevitable certidumbre de que el tiempo se acaba. Quedo pensando entonces que la idea del narrador es mostrar que los personajes y las personas en general -y esto es idea nueva- van en realidad vivenciando el paso del tiempo a través del mundo que a su alrededor va cambiando y que si no fuera por éste no podrían percatarse del paso de los años y de que el tiempo se va.
Acabo de pasar al tercer cuento y estoy tratando de tomármelo con tranquilidad, para que no se me funda el cerebro. De todas formas reconozco que Julian maneja la pluma a la perfección y sabe plasmar con sutileza todo el peso que significa darnos cuenta que no somos eternos, muy a lo Flaubert.
Más adelante sigo comentando. 02/10/2015 Vuelvo a comentar ahora que me falta solo un cuento para terminar la lectura del libro. No sé si habrá sido que me fui acostumbrando a esta prosa tan enrevesada o fue que Barnes se relajó con los últimos relatos para hacerlos accesibles al vulgo, que terminé por comprender más las últimas narraciones que las primeras. Quizá fueron ambas cosas (Vargas Llosa dice que la mala literatura puede dañar tanto a la larga como una comida llena de fritura y grasas). La cosa es que estos últimos textos me terminaron gustando harto más porque los comprendí mejor. Hubo algunos con los que no enganché, pero hubo otros, la mayoría afortunadamente, para poner en la balanza, que me parecieron verdadero arte. Como comentaba anteriormente, en la contraportada se "advierte" al lector de lo que tratan estas historias. Son personas/personajes que vislumbran que el fin se acerca y ven la vida alrededor suyo transcurriendo al mismo ritmo. La familia, las parejas, el sexo, elementos fundamentales. La relación con los pares, las personas significativas, y la forma en que nos vamos desgastando todos por separado pero al mismo tiempo. Ese toque. Hasta el momento me ha "llegado", particularmente la historia de la anciana que le escribe cartas al novelista y que vierte en ellas todo su mundo interno. Me llegó yo creo por varias razones, quizá porque mi propia abuela murió hace poco, pero también porque en la última de las misivas es la cuidadora del asilo en el que se encontraba quien escribe, informando que Sylvia Winstanley -la anciana- murió en una de sus caminatas hacia el buzón. No sé por qué, pero hasta me lo imaginaba. La mujer empequeñecida, caminando con un sobre en la mano llena de expectativas, cayéndose, quebrándose y luego muriendo. Directo al fin. Condenada en su afán de supervivencia literaria. También hubo otras historias que también tocaron mi corazoncito, como el del anciano galán que a los 81 años decide probar nuevos rumbos, dejar a su mujer e irse a vivir con una antigua amiga de ambos. O la historia del dentista semi postrado a cargo de su mujer, que solo se tranquiliza cuando le leen recetas de cocina, en parte cómica en parte dramática, por los epítetos a soportar por su abnegada esposa. Me gustó el libro aunque debo reconocer que es una lectura que debe hacerse descansando de rato en rato. No es para leerlo de un sopetón, así como terapia de shock, porque se corre el riesgo de sufrie un traume y quedar anti barnes para toda la vida. Es uno de esos libros que hay que saber disfrutar, como una delicada comida que exige también el esfuerzo de los comensales por saborearla.

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