lunes, 21 de septiembre de 2015

Desde el jardín, de JERZY KOSINSKI

Es imposible leer “Desde el jardín” sin dejar de pensar en las veces en que todos nos hemos encontrado con sujetos que desde su jardín van comentando a lo largo de su vida, como desde la tangente, para que no se quemen ni se enfríen, sobre los más variados temas sin manejar en realidad ninguna información sobre éstos, en completa ignorancia, utilizando solamente una retórica vaga que les permite hacer como que saben lo que en realidad ignoran por completo. La única diferencia entre estos últimos sujetos y Chauncey Gardiner, el protagonista, es que el narrador nos intenta mostrar que Gardiner habla, digamos, desde la más cándida de las ingenuidades mientras que los primeros lo hacen desde una consciente falsedad y desde un querer aparentar algo que en realidad no son. Esa es, claro, una de las posibilidades de lectura de esta buena novela, entre muchas otras (necesariamente cada reseña se encuentra afirmada en la subjetividad del que la escribe). También se me ocurre la idea de mirar esta narración como una metáfora del sujeto actual, sea lo que sea que quiera decir este constructo, en que todo lo que el individuo dice es celebrado por los oyentes, ensalzado, sin necesariamente haberse comprendido el sentido (si es que tiene alguno) del mensaje, especialmente cuando quien habla ha alcanzado cierta celebridad. Con respecto a esto último, se me viene a la mente en este momento la anécdota que cuenta Stephen King de cuando envió los mismos cuentos a las mismas revistas que le habían rechazado de joven, bajo el mismo nombre (el que claramente no era el mismo), para ser recibidos todos ahora entre aplausos y con firmes promesas de publicación. Ahí nos damos cuenta en realidad que el nombre pesa, incluso a veces más allá que lo que ese nombre pueda proponer. Como otro ejemplo se me ocurre pensar en Stephen Hawking declarando que según todas sus averiguaciones científicas, Dios no existe, o por lo menos no fue necesario para que el universo se configurara como lo vemos hoy en día. Entonces me pregunto, ¿cuántos cientos, miles o quizá millones de científicos no habrán hecho la misma declaración durante todas las centurias que precedieron a Stephen sin que necesariamente saltaran a la gloria ni forzara al Vaticano a activar todos sus mecanismos de censura medievales? Claro, claro, entiendo que por el hecho de ser Stephen Hawking quien lo dice, se le atribuye un peso mayor que al resto de sus colegas y por tanto lo que diga tiene más posibilidades de acercarse a "lo verdadero", a diferencia de otros hombres a los que no se le atribuye tal grado de penetración o interpretación en la realidad. No quiero decir nada más que lo enunciado. No quiero decir que Stephen King no tenga cosas muy importantes que mostrar a través de sus geniales obras ni que don Hawking no pueda expresar sus creencias religiosas a partir de sus investigaciones científicas, solo señalo que la importancia que puede dársele a lo que un hombre declara depende muchas veces, para desgracia de todos, no tanto del mensaje en sí mismo, sino de la fama de quien lo expresa, y es algo que no debemos olvidar. Afortunadamente se da también la situación en que ambas variables confluyen en una, y la opinión de un hombre afamado resulta gloriosa no solo por su nombre, sino porque logra correr las cortinas de las mentes y alumbrar nichos de realidad que hasta entonces se encontraban cerrados (según Milan Kundera éstos serían “nichos existenciales”, pero ocupo otro término porque el autor lo designa exclusivamente para hablar del fin, utilidad, de la Novela). Casos en esta última situación existen bastantes. Ya bien manoseada está la creencia de que el Premio Nobel de Pablo Neruda fue otorgado no tan solo por su gran genio, sino también por el hecho de representar un país en vías del comunismo. Otro, quizá menos conocido, es la “ayuda” que brindó Roberto Bolaño a su amigo Pedro Lemebel (como la ayuda que brindó Neruda a Gabriel García Márquez para el Nobel), para que su obra fuese conocida internacionalmente y lograse publicar en editoriales como la afamada ANAGRAMA. Como vemos, la ayuda o apoyo que los grandes dieron a los no tan grandes de aquel momento, se justifica porque los no tan grandes merecían ocupar también los primeros lugares que hoy en día ocupan en virtud de que su obra sí alumbra y abre nuevos nichos existenciales. Y bueno, el mundo está hecho finalmente de oportunidades, de la persona correcta en el momento justo. A todo esto, me pregunto cambiando de tema, ¿cómo habrá recibido Harold Bloom la noticia del premio de la medalla de las artes a King? Jaja, en fin, el peso del nombre tampoco es algo menor... veremos cómo sigue el libro en las páginas siguientes (voy en la 118/158). 158/158  Bueno, ayer terminé de leer el libro de Kosinski y efectivamente se aplica todo lo que he dicho anteriormente bajo mi único y grandioso nombre, ¿alguna revista que quiera publicarlo? ;)

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