Llegué a los altísimos por un
congreso que organizaba el doctorado en literatura de la Universidad de Chile.
Un amigo me había invitado a exponer el análisis de mi tesis de magister. El
tema era la literatura fantástica, y como mi tesis tenía que ver con la
literatura de terror chilena, dije sí, acepto, y partí a conversar con los
doctores. En fin, eso no es lo que rescato en realidad. Pasó que al final de
las exposiciones, un estudiante del doctorado con pinta de anarko electro punk
empezó a nombrar a algunos de los autores nacionales que abordaban el tema y
salió ahí, por primera vez para mis oídos y sí, con algo de vergüenza
reconozco, el nombre del célebre pero desconocido escritor chileno
Hugo Correa.
Y ni más ni menos que de Curepto el perla.
Más tarde, tomándonos una cervezas con mi amigo luego del momento
académico, le pregunto, oye… ¿por qué nunca he oído hablar del autor que
comentó tu compañero?... de puro gil no más, me respondió. Y toda la razón. De
puro gil no más no conocía a Hugo Correa, ese grande de las letras chilenas tan
desconocido y tan importante a la vez. LOS ALTÍSIMOS, ése era el nombre de la
obra cumbre que había escrito hace ya casi 70 años y que le valió en su momento
el reconocimiento de dioses como Ray Bradbury e Isaac Asimov (quien por cierto
murió de SIDA… luego de una transfusión, dicen). Partí a las librerías en
Santiago para buscarlo pero no estaba en ninguna parte. No fue hasta que volví
a mi querido Concepción que pude hallarlo en la librería Antártica a solo 8
luquitas. Baratísimo. Como la mayoría de los textos que compro, no lo leí de
inmediato. Lo puse en el estante de los escritores chilenos y continué la
lectura del de turno (no recuerdo cuál en este momento). Hasta que finalmente
lo saqué y comencé a echarle un vistazo a las primeras páginas, en que Hernán
Varela despierta en una clínica pulcramente blanca mirando el techo sin saber
muy bien qué pasó. Ahí conoce a L, quien le informa que vivió una borrachera
muy grande y que había sido necesario trasladarlo a un centro hospitalario. L
le comunica que su nuevo nombre es X y que está en Polonia. Sí, Polonia, trasladado
en avión mientras se encontraba inconsciente.
Sin embargo hay algo raro, algo en el aire o
en la línea del horizonte que le hace sospechar a X que L no le está contando
toda la verdad. Bueno, no diré más, para que nadie ocupe estas líneas como
torpedo para algún control de lectura cuando libros como el suyo se inserten en
los planes de lectura de algún establecimiento educacional (quiera Dios que así
sea). Diré eso sí, que el libro es una obra excelente. Bellamente escrita,
perfecta, nostálgica, hermosa, tridimensional si se quiere, fractal como diría
mi buen profesor de epistemología, Fabio Merino,
que mezcla tantos elementos en un solo
escenario que finalmente uno como lector no sabe muy bien cómo calificar. Es
una obra de ciencia ficción, claro está, que plantea situaciones de terror, de
misterio, etc. Es una obra de ciencia ficción que plantea elementos que otros, muchos
años después retomaron en sus películas y en sus obras. Vemos la concatenación
de autores en libros como el suyo. Somos testigos a través de sus páginas cómo
las obras de unos sirven a grandes para continuar tallando las paredes de esos
mundos inalcanzables. Huxley, Correa, Bradbury, Orwell, Asimov, King, Dick, todos
grandes al mismo nivel, pero desafortunadamente no todos igual de conocidos.
Hace poco terminé de leer una
novela corta de Hugo Correa: EL QUE
MERODEA EN LA LLUVIA, y a pesar de que no está al nivel magistral de LOS
ALTÍSIMOS, y que a ratos se hace un poco confusa leerla, hace de este autor
chileno uno de los grandes trabajadores de la ciencia ficción, tanto a nivel
mundial como nacional.