Cuando intenté el
primer comentario del libro, había empezado diciendo que Paul Auster es el
maestro indiscutible del azar. Bien lo vemos en Brooklyn Follies, El Palacio de
la Luna o en Trilogía de Nueva York. Al leer Once Vidas queda un gusto a Paul
Auster en este sentido. Mark Watson se adentra, como decía, a la exploración de
sus personajes y de las consecuencias que le siguen a partir de sus decisiones.
Todo comienza con un locutor radial que trabaja de noche junto a su amigo
Murray, transmitiendo en Londres para los auditores insomnes. Un día, al salir
a pasear, se topa con un grupo de niños que agreden a un niño menor en la
nieve. Xavier decide actuar pero al momento de encararlos se arrepiente cuando ve que pueden agarrarla contra él. Entonces se devuelve y no hace nada. Ese
instante, ese momento, marca el inicio de una cadena de sucesos que
desembocarán finalmente en su propia vida, sin que él, por supuesto se dé
cuenta.
No me gusta hablar de enseñanza
ni morajela ni nada de eso asociado a la lectura. No leo para aprender ni para
comprender mejor la vida (a pesar de que inevitablemente la lectura nos lleva a
mirar el mundo de otra forma), leo principalmente porque no he encontrado
ningún entretenimiento mejor; y la sola idea de perderme en un libro hasta olvidarme de todo lo que me rodea, incluso las letras de las páginas, es algo
paradójicamente indescriptible a través de las palabras y que me produce una sensación de satisfacción que no encuentro en ninguna otra otra actividad (se me viene a la mente la imagen de Annie Wilkes, la enfermera psicópata de Misery, cuando descubre que Paul Sheldon ha resucitado a su heroína y se da vueltas en la pieza intentando averiguar algún nuevo fragmento de la historia, pues así me siento). Cuando lees y te
das cuenta que aquellas emociones o estados que por ser tan efímeros (como pompas de jabón) pensaste
que no podían describirse de ninguna forma, hasta que alguien lo hace, entonces sientes que la literatura tiene sentido porque es una herramienta para
comprender mejor la existencia de uno y del resto. En fin. Por eso no hablo de la enseñanza que la literatura provee, pues siento que sería reducir una experiencia que va mucho más allá de
eso.
El libro me pareció mi mejor
lectura en mucho tiempo. Mi mejor lectura del año, quizá. Como ya he comentado
en otros textos, esta novela es uno de esos ejemplos claros de cómo el acto de
leer puede ir transformando al lector a través del examen de la propia vida, de
la propia existencia, y la responsabilidad de las propias decisiones… esto
último, ¿les suena conocido? A mí sí.
P.D. Ah, lo otro que me encantó
fue el diseño de su portada. Y para el que no lo note, la tapa muestra una
caricatura de un Londres de día, mientras que la contratapa muestra la noche
del mismo sitio. Lindo libro.
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