miércoles, 2 de noviembre de 2016

Once Vidas, de Mark Watson.



Resultado de imagen para once vidasPocas veces tiene uno la suerte de encontrar libros que parecieran haber sido escritos para uno. Me cuesta comenzar a escribir esto pero la verdad es que no sé por qué. ¿Será porque Once Vidas me resultó un libro tan personal y bello que vivo una especie de shock a Once Vidas? Algo así como cuando estábamos en la universidad aplicando tests proyectivos y el evaluado se quedaba callado frente a una lámina sin saber qué decir porque no se le ocurría nada. Resultado de imagen para once vidasY el profesor llegaba entonces al lado de uno y le soplaba al oído: “shock a la lámina” con la intención de que nadie más viera o supiera del ominoso fenómeno que ahí se producía. ¿Será que tengo shock a Once Vidas? No lo sé, no creo, la verdad. Solo que esta es la tercera vez que me siento para escribir algunas palabras sobre el libro sin lograrlo. Se me escapa a pesar de que al leerlo lo hice parte de tantas cosas propias, de tantas vivencias que sentí que compartía junto a los protagonistas. Once vidas es el ejemplo más claro de que las mejores obras pueden estar contenidas en pocas líneas. En cerca de 200 páginas, el libro explora la naturaleza humana a partir de las relaciones intrincadas que se dan entre los personajes, sin que ellos siquiera sepan muchas veces que son parte de una red más grande. Creo que ese es uno de los mensajes más representativos del libro: que hacemos cosas y esas cosas actúan sobre otras creando nuevos movimientos rítmicos de relaciones humanas, sin que seamos ni siquiera conscientes de ello. 
Cuando intenté el primer comentario del libro, había empezado diciendo que Paul Auster es el maestro indiscutible del azar. Bien lo vemos en Brooklyn Follies, El Palacio de la Luna o en Trilogía de Nueva York. Al leer Once Vidas queda un gusto a Paul Auster en este sentido. Mark Watson se adentra, como decía, a la exploración de sus personajes y de las consecuencias que le siguen a partir de sus decisiones. Todo comienza con un locutor radial que trabaja de noche junto a su amigo Murray, transmitiendo en Londres para los auditores insomnes. Un día, al salir a pasear, se topa con un grupo de niños que agreden a un niño menor en la nieve. Xavier decide actuar pero al momento de encararlos se arrepiente cuando ve que pueden agarrarla contra él. Entonces se devuelve y no hace nada. Ese instante, ese momento, marca el inicio de una cadena de sucesos que desembocarán finalmente en su propia vida, sin que él, por supuesto se dé cuenta.
No me gusta hablar de enseñanza ni morajela ni nada de eso asociado a la lectura. No leo para aprender ni para comprender mejor la vida (a pesar de que inevitablemente la lectura nos lleva a mirar el mundo de otra forma), leo principalmente porque no he encontrado ningún entretenimiento mejor; y la sola idea de perderme en un libro hasta olvidarme de todo lo que me rodea, incluso las letras de las páginas, es algo paradójicamente indescriptible a través de las palabras y que me produce una sensación de satisfacción que no encuentro en ninguna otra otra actividad (se me viene a la mente la imagen de Annie Wilkes, la enfermera psicópata de Misery, cuando descubre que Paul Sheldon ha resucitado a su heroína y se da vueltas en la pieza intentando averiguar algún nuevo fragmento de la historia, pues así me siento). Cuando lees y te das cuenta que aquellas emociones o estados que por ser tan efímeros (como pompas de jabón) pensaste que no podían describirse de ninguna forma, hasta que alguien lo hace, entonces sientes que la literatura tiene sentido porque es una herramienta para comprender mejor la existencia de uno y del resto. En fin. Por eso no hablo de la enseñanza que la literatura provee, pues siento que sería reducir una experiencia que va mucho más allá de eso.
Resultado de imagen para once vidasBueno, si a pesar de la aclaración pudiésemos hablar de “enseñanza”, digamos, cuál es la huella que deja el texto cuando las letras ya no están, diría que tiene que ver con la comprensión que le da al hecho de que todos ejecutamos acciones sin saber qué consecuencias tendrán en otros y en otros y en otros, sucesivamente. Nos movemos por la vida como si estuviésemos encerrados en pequeñas cápsulas y olvidamos lo que nuestras vidas y actos  pueden significar para el resto. Como el cuento de Bradbury, El ruido del trueno, los personajes se mueven en un baile del que desconocen tanto sus movimientos como las consecuencias de los mismos. De esa misma forma Once Vidas relata magistralmente la experiencia de los personajes sumidos en una interacción desconocida.
El libro me pareció mi mejor lectura en mucho tiempo. Mi mejor lectura del año, quizá. Como ya he comentado en otros textos, esta novela es uno de esos ejemplos claros de cómo el acto de leer puede ir transformando al lector a través del examen de la propia vida, de la propia existencia, y la responsabilidad de las propias decisiones… esto último, ¿les suena conocido? A mí sí.

P.D. Ah, lo otro que me encantó fue el diseño de su portada. Y para el que no lo note, la tapa muestra una caricatura de un Londres de día, mientras que la contratapa muestra la noche del mismo sitio. Lindo libro.

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