lunes, 15 de abril de 2013


Caminamos por una colina oscura donde los

 cadáveres se agolpaban a 

nuestros pies.

 Horriblemente desfigurados 

por la explosión,

 descansaban una muerte 

que no era de paz 

sino de dolor machacado 

para siempre sobre 

sus caras sin rostro. Alumbrando con una 

vela, o lo que quedaba de ella, intentando 

sortear los espacios vacíos que tantas manos

 y pies desmembrados quedaron ocupando 

silenciosamente, de pronto sentimos, en la 

noche, que algo se movía al fondo. Un ojo 

rasgado inyectado en sangre se abrió para 

observarnos. Ahí estábamos, Hiroshima nos 

miraba, a tres días ya después del fin.

No hay comentarios: