Se encontraban espiando las
rugosidades del árbol de mi padre cuando el guardabosques los despertó. Abrieron
los ojos en el dormitorio de cortina azul, que para esas horas estaba ya
violeta por los tenues rayos de sol que la cruzaban. Le preguntó si soñaban lo
mismo. Ella respondió si podía ser de otra forma. Me temo que no, respondió él
una vez más, dándose vuelta para el rincón intentando ver si en la pared
encontraba lo mismo que le había arrebatado el hombre. Ella continuó mirando el
techo a medida que oscurecía dentro de la habitación. Al poco rato nos dormimos
nuevamente y estiraron las manos para recoger las manzanas maduras.
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