No sé por qué he demorado tanto en empezar a
escribir esta reseña. Quizás no sabía cómo iniciarla, qué palabras ocupar o
cuál era la percepción que había dejado el libro en mí, después de algunas
semanas de terminarlo. Mi amiga Dafna me obligó a leerlo. Utilizó un argumento
retórico para que lo comenzara y adujo el precio del libro como motivo más que
suficiente para que debiese mostrarme interesado: “Si supieras cuando me
costó”, me dijo. La verdad, me lo había regalado hace ya algunos meses y no
lograba entender que mi ritmo de lectura fuese distinto al orden en que recibo
los libros (comprados o regalados). El asunto es que lo comencé a leer y a
pesar de que estuve a punto de dejarlo varias veces, continué solo por
compromiso. Me había pasado previamente con otros libros que a pesar de querer
abandonar la lectura, los continué y fueron algunos de los mejores que he
leído. Si éste era uno de ésos, no quería perderme la oportunidad de
apreciarlo. Con esa esperanza seguí leyendo. Al cabo de algunas páginas esa
esperanza se hizo realidad y luego continué página a página expectante por
conocer qué venía en los capítulos siguientes.
La novela se ambienta en el Valle de Baztán,
España, donde ocurren una serie de horribles asesinatos de mujeres
adolescentes. Todas las víctimas han sido encontradas al borde de un río, con
el pubis afeitado y con un dulce típico de la zona (txantxigorri) sobre
los genitales. Amaia Salazar comienza a investigar el caso y al poco tiempo
la asignan como detective jefe, hecho que despierta recelo en algunos de sus
compañeros de trabajo. La policía debe trasladarse entonces hasta el lugar
donde han ocurrido las muertes, que corresponde también al lugar donde vive
toda su familia y desde donde siempre ha querido escapar. La novela
explora ambos ejes: la vida familiar y profesional de la detective.
Familiarmente se encuentra marcada por un pasado negro lleno de dolor cuya
figura central radica en la madre de la policía: una mujer desquiciada que se
atraviesa en la novela como figura fantasmal que va y viene constantemente.
Profesionalmente el personaje debe enfrentarse a las críticas constantes de
algunos miembros de su equipo. Amaia no sabe qué hacer ante la imposibilidad de
encontrar a un asesino que se le escapa de las manos y que parece burlarse de
todos cosechando más y más víctimas. Las pistas solo parecen llevar a lugares
sin destino que se pierden en un horizonte a la vez mítico y a la vez real.
Solo cuando las esperanzas están perdidas, el Basajaun, una especie de Pie
Grande protector de los bosques, se deja ver para mostrar a Amaia que a pesar
de lo extraviada que pueda estar, existen fuerzas que van más allá de su
comprensión que la protegen.
La novela es parte de una trilogía. El
guardián invisible, la primera de las tres entregas, recuerda bastante
a Heridas abiertas de Gillian Flynn, solo que esta vez no
es una periodista la que debe abrir sus heridas al volver a su casa de
infancia, sino nuestra policía Amaia Salazar.
A pesar de que la novela a ratos parece entrar en
excesivos detalles con respecto a las relaciones familiares de la protagonista
–digo excesivos porque en un comienzo no se ve con claridad el vínculo entre su
trabajo y su vida familiar-, luego de la mitad del libro comprendemos que gran
parte de los hechos presentados se justifican en aras de la investigación que
el personaje lleva a cabo. Es decir, no son relaciones que la autora presente
sin razón. Este vínculo tardío pero presente resulta importante puesto que
siempre una historia debe justificar la aparición de sus actos, escenas,
interacciones, para contribuir de alguna forma a la narración que propone. De
lo contrario la ficción parece falsa, trunca, y el lector pierde el norte con
respecto a lo planteado. Da la sensación de que el trabajo no ha sido lo
suficientemente pulido.
Con respecto a esto último, quizá si pudiera
hacerse alguna crítica a la novela, ésta tendría que ver con lo dicho, vale
decir, que el vínculo entre lo laboral y lo familiar no queda claro hasta que
ya vamos terminando la narración. Otro aspecto que queda sin atar pero que
asumimos como material para las otras partes de la trilogía, es la presencia de
estos seres mitológicos que caminan tras bambalinas durante la narración: el
Basajaun y una especie de hada que se le aparece a Amaia en uno de los cerros
cuando va de excursión.
La lectura fue interesante y finalmente
entretenida. Sin embargo creo que pasará algún tiempo hasta que tome algo nuevo
de esta autora.
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