jueves, 12 de mayo de 2022

LEVIATAN - Paul Auster

La vida es muy loca, muy extraña. 
A veces suceden hechos con tal precisión, que pareciera como si hubiese una presencia subterránea tirando de los hilos. Personalmente, yo creo que debe existir alguna presencia trascendental, pero también asumo que no se anda paseando por la calle para que todos lo miren. Por eso, cuando se manifiesta tan abruptamente, para bien o para mal, nos queda la sensación amarga o dulce de que hay una especie de compañía invisible tratando de mostrarnos algo. 

Entre la infinidad de cosas para las cuales sirve la lectura, se encuentra el orden que da al caos en que vivimos diariamente. La vida loca se compone de un montón de hechos, sucesos, acontecimientos que transcurren frente a nosotros sin mayor organización. Somos nosotros quienes los organizamos porque tenemos la necesidad de orden. Leer nos sirve para dar orden a nuestras experiencias y nos permite al final del día decir "ah, ahora comprendo por qué me sucedió esto, o esto otro". Casi como aquel hombre que posteriormente sería santificado por su entrega ciega ante ese infinito misterio (el Padre Hurtado), quien al final de sus días, comprendiendo su cáncer como un regalo divino de Dios, agradecía el haberle dado una enfermedad larga pues le alcanzaría el tiempo para poder despedirse de todos. Ya vemos, quien le encuentra sentido a la experiencia, puede vivir casi todo. Y el libro es un instrumento catalogador de experiencias, es un entregador de sentido. 

Paul Auster sabe de esto último. Su propia escritura le ha servido a él mismo para dar comprensión a hechos que de otra forma solo quedarían tipificados como un gran signo de interrogación. Él mismo así lo ha confesado en sus entrevistas. Paul toma uno de los elementos que más intranquilidad nos ocasiona, el azar (el azar nos produce incertidumbre y, exceptuando los juegos de azar, a los hombres nos incomoda de sobremanera el no saber) y le da un sentido. Toma esa gran masa amorfa negra y la pone al medio de un cuadro de bordes dorados, conteniendo de cierta forma aquello que está destinado a sobrepasarse.

 
Compré Leviatán en enero del 2020, pero como a menudo sucede, lo abro, lo miro (lo huelo, eso siempre) y lo dejo en un estante esperando que las estrellas se alineen. Pues bueno, las estrellas entraron en órbita correcta hace más o menos un mes y medio y decidí tomarlo. El libro me interesó (además de porque es de Auster), porque leí por allí que había sido prohibido durante algún tiempo y, como sabemos, todo lo prohibido ejerce el efecto contrario al que se busca. Finalmente resultó que el libro realmente prohibido fue Leviatán, pero de Thomas Hobbes, jaja, pero bueno, daba lo mismo porque ya habiendo pasado por la pluma del maestro Auster muchas veces, sabía que el texto no podía ser menos que una obra genial, y no me equivoqué. 

Si pudiéramos resumir brevemente la trama en hitos, la cosa iría más o menos así: -Peter Aaron (el narrador protagonista) conoce a Sachs (co protagonista) en una lectura de libros en la ciudad de Nueva York pero nadie llega, culpa de una tormenta de nieve y por ende se quedan conversando. Por Sachs, Aaron conoce a la esposa de Sachs (Fanny), de quien se enamora. Sachs se entera, lo perdona y siguen siendo amigos. Aaron conoce luego a Maria, de quien se enamora y mantienen una relación. Maria, antes de conocer a Aaron, en un proyecto artístico, decide ubicar a las personas anotadas en una agenda telefónica que se encuentra botada en la calle en la ciudad de Nueva York. Al ir a buscar a uno de los nombres de la lista, el primero, se encuentra con una antigua amiga, Lilian, quien le comenta que estaba ahora casada, luego de un pasado tránsfugo de prostituta. La novela continúa, Fanny y Sachs hacen una fiesta y Sachs se cae de un balcón de un edificio en Nueva York, lo que le remueve las ideas y luego de una profunda reflexión, decide terminar su matrimonio con Maria. Pero Sachs no se atreve a decírselo y solo comienza a alejarse... y se aleja tanto que Maria, asumiendo ya que todo se ha ido al traste, conoce a otra persona con quien se encama (un sujeto muy extra en la novela, que no vale la pena ni nombrar). 
Sachs, en esta búsqueda del desapego con su esposa, se va a trabajar al campo en un nuevo libro (Peter lo convence para que trabaje en él) y estando en la cabaña, en un momento de inspiración, se va a caminar a un bosque cercano, donde se pierde y tiene que pasar ahí la noche. Al día siguiente, encuentra un lugareño que le da aventón en su camión, pero cuando avanzaban los 2 por una ruta rural, se encuentran con un hombre estacionado en una orilla del camino. Este hombre en un acto inesperado e inexplicable, mata al buen chico del aventón y Sachs mata al hombre defendiendo al chico. En estado de shock, viéndose el único vivo entre dos muertos, toma las pertenencias del muerto malo y se va del lugar. Entre las pertenencias del sujeto, encuentra su pasaporte. El apellido del ahora difunto es Dimaggio. Además del pasaporte, encuentra una maleta llena de dinero que también se lleva. 
Sachs, desesperado, va a la casa de Maria buscando apoyo moral, pero lo único con lo que se encuentra es su esposa con el hombre/personaje muy extra. Entonces Sachs comprende que todo está quebrado con su esposa (que es lo que él finalmente quería) y va donde María (la artista buscadora de personas de agenda botada). Le cuenta en detalle lo ocurrido y para demostrar que es verdad su historia, le muestra el pasaporte del tipo que acaba de matar. María no cabe en su sorpresa pues se da cuenta que aquel hombre no es ni más ni menos que el esposo de su amiga Lilian (la ex prosti). 
Espantado con esta información y con sentimiento de culpa, Sachs parte al día siguiente a buscar a Lilian -que vivía en California- para darle el dinero de su esposo, a quien él acaba de dar muerte. Como no es una historia real sino un libro, Sachs se encuentra finalmente con Lilian, le cuenta que mató a su esposo (o se lo cuenta Maria por teléfono más bien) y se enamora de ella y ella, por supuesto, de él (sin romance no hay libro, así de simple). 
Pasa el tiempo, ambos terminan y Sachs queda prendado de la historia del hombre a quien mató, el esposo de Lilian. Se empecina en conocer su real identidad (apellido Dimaggio) para escribir un libro, lo que al poco tiempo troca por un acto aún más radical: ha decidido fabricar bombas para derribar símbolos nacionales como modo de crítica. El problema es que como Sachs era solo un aficionado, una bomba explota mientras la armaba, lo que hace que nuestro Sachs salga despedido en miles de pedacitos de carne molida. La cosa es que en uno de los bolsillos de la chaqueta de de Sachs al momento de morir, encuentran la tarjeta de nuestro narrador protagonista -Peter Aaron [ya se dieron cuenta del guiño, ¿no?]- a quien van a interrogar, y entonces el libro parte: "Hace seis días un hombre voló en pedazos al borde de una carretera en el norte de Wisconsin. No hubo testigos, pero al parecer estaba sentado en la hierba junto a su coche aparcado cuando la bomba que estaba fabricando estalló accidentalmente"
Como un buen uróboro, movimiento clásico de Auster, el libro parte por el final y el texto entero es la explicación de los acontecimientos que hacen que la historia se desarrolle de la forma que lo hace, genial (Paul debería recibir el Nobel, yo lo apoyo). 

Leí el libro en menos de un mes. Venía ya con la experiencia de Brooklyn Follies, El palacio de la luna o Trilogía de Nueva York y esperaba algo no menos que aquellos. Y no me defraudó. Auster es el genio del azar, ya hemos dicho, de la intención por mostrar a sus lectores cómo pequeños movimientos en la cadencia de acontecimientos en las vidas de las personas, van estructurando historias por completo distintas a cómo podrían haber sido.
Maria va a buscar al contacto desconocido de una agenda telefónica pero en cambio se encuentra con una de sus mejores amigas de enseñanza primaria. ¡Andá, Iván, por favor, es un libro, no es verdad, no ocurrió así! Exaaactamente, y por eso el libro es grandioso, porque genera la ilusión del "como si..." de forma tan maestra, que realmente piensas que ocurrió de esa manera. Si el concepto de verosimilitud o de pacto ficcional fuera un rompecabezas, créanme que en Auster coincidirían todas las piezas con la delicadeza de un neurocirujano.
Bueno. La vida es muy loca dije al principio. Hace pocos días esperando la micro desde mi trabajo a la casa, un amigo me manda un whatsapp: "¿viste lo que pasó con el hijo de Paul Auster?, me pregunta. No, no tenía idea ni que tuviera un hijo (ok, vale, admiro su prosa pero tampoco soy un stalker de su vida, ok?). Busco rápidamente y dos cosas me llaman la atención: lo guapo que era el hijo, y lo tremendamente horrible de la noticia: Hijo de Paul Auster acusado de homicidio involuntario por la muerte de su pequeña bebé de menos de un año, por sobredosis. Si no sabía que tenía un hijo, menos sabía que era drogadicto, de verdad. Bueno, una pena, le comenté a mi amigo, pero así es la vida, ¿o que no has visto Trainspotting?, acá en el lugar donde trabajo (un centro de salud público) se ven cosas así de feas y peores. 

Seguí mi vida. Seguí leyendo el libro con el gustillo amargo de que algo horriblemente importante estaba pasando en en la vida del autor en ese preciso instante y que, por única vez en la vida, tenía casi absoluta certeza sobre qué ocurría en la mente de este hombre al otro lado del mundo. Estaba de duelo y probablemente su nieta ocupaba todo su cerebro, aquel instrumento que ocupaba para generar sus obras. Paul Auster piensa en su nieta en este preciso momento, medité. En este preciso instante en que yo banalmente espero mi micro para volver a casa. Lo encontré loco. Loco, pero como dije, no tan extraño. 

Bueno, pasaron los días y seguí leyendo. El libro se iba poniendo cada vez mejor y una mañana, mientras esperaba la micro que me llevara hacia el otro lado, o sea, desde mi casa a mi trabajo, busco nuevamente el nombre de Paul para ver en qué iba el asunto y... ¡gran y horrible sorpresa! El hijo de Paul Auster acababa de morir un día antes, por sobredosis de drogas. Wow, esos sí que fue impresionante. Todas las noticias comentaban sobre cómo Paul Auster vivía una de sus mismas historias, sobre como la ficción supera la realidad y todos esos clichés. No se entregaban detalles. No se sabía si había sido un accidente o un suicidio. Las noticias sí aclaraban que cuando encontraron a David, encontraron también mucha más droga alrededor, por lo que pensaban que podría ser un accidental medio centímetro más de presión en esa inyección letal. Nunca lo sabremos en realidad. Algún día quizá Paul explore las posibilidades de la única forma que sabe hacerlo. O quizá sea demasiado doloroso y no lo haga nunca. 

El mismo Paul Auster tuvo una relación entre problemática y ausente con su propio padre, una figura que intenta recrear en "Invención de la soledad". No quiso nunca conocer a mi hijo, parte declarando en ese libro, hablando del mismo hijo que acababa de morir en la vida real, ese hijo que motivó un libro y que no terminaba de enfriarse sobre la plancha metálica de alguna morgue de Nueva York. Ese mismo hijo que motivó con gran probabilidad que el hijo de Peter Aaron (protagonista de Leviatán) se llamase también David (el hijo de Paul Auster se llamaba David Auster). Un hijo clandestino que vivió siempre entre droga y delincuencia. Es mejor no pensar en las habilidades parentales de Auster. Es bien sabido que los genios viven existencias extravagantes porque la norma se le escapa. Me imagino que de lo contrario vivirían mentalmente adoctrinados y no tendrían nada que decir. Es lo que ocurre en este caso y declaro que no tenemos ni una gota de derecho a condenar nada. Cada uno vive sus pesares y lleva a cabo este proceso como puede. 

Solo queda la reflexión sobre nosotros. Nosotros los lectores, que como zombies nos alimentamos del muerto que ha caído y que en vez de expeler sangre y vísceras, suelta historias y tramas más torcidas y más hediondas que la realidad misma. Eso somos finalmente quienes leemos, ¿no? Buitres connotados que cargamos los pesares del escritor ¿Qué alimenta una buena historia? No suele ser la paz del espíritu. Por lo general los escritores que han llegado a los bordes son aquellos que nos han legado el retrato de la vista que se tiene de esos lugares, a través de su prosa. Y uno los lee. Los lee y relee hasta saciarse del cómo se sentiría vivir así. Paul está en esa. Paul está sufriendo en carne abierta el dolor que solo había examinado a través de sus personajes. ¿Podrá esta vez reconstruir el sentido de un acto suicida que le permita tender el puente entre el dolor y la sanación? No lo sé. Y esta vez creo que el cliché del tiempo sí funciona. Solo las horas lo dirán. David Auster, descansa en paz. Paul Auster, cercano conocido que no tienes la menor idea de este lector que te admira desde el cono sur, te deseo paz.

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