lunes, 6 de junio de 2022

ZONA CERO - Gilberto Villarroel

No conocía al autor, pero había visto alguna de las portadas de sus libros que me habían llamado la atención (las de Cthulu con Lord Cochrane). Hasta que un día buscando por Buscalibre me encontré con una tremenda oferta --> ZONA CERO, de Gilberto Villarroel a $3200 pesos. Lo compré obvio. Gran parte de los lamentos por la mala literatura que uno lee después de haber adquirido el libro, pasa porque queda la sensación de haber malgastado el dinero, pero en este caso, con un precio tan bajo, no había posibilidad de sentirme mal en caso de que no me gustara. Y la verdad, la contraportada sonaba muy interesante. 

La historia trata de un periodista que llegando al país a cubrir un campeonato de surf, se topa con un terremoto chileno, de esos grandes y potentes, que rompe la cripta de una criatura contenida en su interior, a través de los siglos en el Cementerio General. Ahí comienza la ecatombe: la gente se convierte en zombie, como en las películas y los infectados comienzan a contagiar a otras más personas que a su vez se vuelven también zombies contagiadores... sí, como en las películas. 

Entonces nuestro protagonista, Gabriel, comienza su aventura literaria de caballero andante para rescatar al amor de su vida, una francesa que lo espera en uno de los edificios (imaginarios), más altos de Santiago, la Torre Valhalla. Para hacerlo, se une a un grupo peculiar: un marine estadounidense, 3 mineros de la octava región del BioBio (ahí se me hinchó el pecho puesto que a pesar de que soy nacido y criado en Santiago, vivo en Conce hace más de una década) y un cura pedófilo cuyo apellido -VACHT- nos recuerda mucho a otro cura recientemente expulsado de la iglesia por conductas incompatibles con la sotana. 

La verdad, el origen de la trama no es novedosa. Es el argumento madre de decenas y decenas de historias de terror tanto en literatura como en cine, sin embargo el plus del libro lo encontramos en el escenario donde esa trama no novedosa se enmarca y la forma en que esa trama no novedosa se adapta a nuestro chilito actual. Tenemos una extraordinaria escasez de historias de terror ambientadas en nuestro país (no puedo... no puedo dejar de nombrar al gran HUGO CORREA) y, el hecho de que autores comiencen a escribirlas, me parece un buen signo, aún cuando el punto de partida provenga de una trama más manoseada que la Geisha Tshilena. Después de todo, mi propia novela (EL CUARTO DE AL LADO), también ejerció prostitución intelectual creativa.

Me imagino que hay que ser chileno para valorar realmente el terror criollo, porque desde mi escritorio en esta mañana de temperaturas bajo cero, puedo escuchar reír al mismísimo Harold Bloom (donde sea que esté enterrado el caballero) cuando hablamos de calidad literaria en relación a este género literario. Entiendo que solo Poe se salvó de sus garras... y Lovecraft. El concepto de calidad literaria es, desde mi punto de vista, a lo menos, discutible. Grandes actuales fueron humildes en su momento (Cervantes, Dickens, Stoker con su Drácula, por nombrar algunos), demostrando así que quien tiene la última palabra no es Bloom ni Todorov, sino solo el tiempo. Los libros, como seres lanzados a la historia, harán su propio recorrido según sean o no leídos y estudiados. Y esto último, además, para rematarla, no solo depende de la calidad literaria del texto sino también de fines políticos (¿o no, Premio Nobel?), pero eso sí que es ya otra historia. Bien es sabido, además, que algunos textos han sobrevivido no por su calidad sino por ser el primero en su tipo, como El Castillo de Otranto, que inaugura la corriente literaria gótica.

Volviéndonos ahora un poco más intrapersonales, podría decir que los libros funcionan como una lámina Rorschach en que es el lector motivado quien reconstruye a partir de su riqueza (o pobreza) intelectual lo que el texto pueda platear. El cerebro es el que está vivo al momento de enfrentarse a una página entintada y por ende es el cerebro el del trabajo intelectual y ya sea A o Z lo que ese cerebro logre extraer de un libro, dependerá en gran parte de ese intelecto. Claro que no pondremos a Shakespeare a ver La rosa de Guadalupe, ¿no?, hay límites, pero lo que quiero decir que el trabajo constructor es en gran parte de quien lee. 

Quizá por eso en términos de lectura también haya estratificaciones sociales. No cualquiera lee a Dostoievski porque se asume que aborda temas que no son del gusto del vulgo, mientras que se denosta a Coelho porque no logra salir de los temas comunes y espacios cliché (novelas que parecen libros de autoayuda, aunque no se metan con Hippie, porque ese me encantó). Quizá por eso las lecturas extravagantes son aquellas que suelen ser mejor evaluadas (¿mejor calidad?), dado que se alejan del gusto de la mayoría tan despreciada por los críticos literarios (que se joda el caballero de barba, dijo Isabel Allende una vez refiriéndose a lo mismo desde sus palabras). Como digo, para mí nunca estará muy definida la separación entre buena y mala literatura. 

Pero volviendo a nuestro objeto de análisis de hoy, sí encuentro elementos que me hacen orientarla hacia uno y otro lado, puntos a favor y puntos en contra, vamos a ver. Como "lo malo" (según dicen, siempre hay que partir las noticias refiriéndose a lo malo, para que lo posterior bueno termine endulzando el desastre previo): Nunca entendí muy bien el rol del cura. No sé qué gran secreto tenía que entregar (¿o quizá no entendí?, no sé) y que finalmente termina soltando el gran empresario encerrado en la torre. Tampoco me quedó tan claro por qué tenían que ser militares gringos los que se hacían cargo de la situación. Tampoco sentí que hiciera mucho sentido que fuera Vlad Tepes el monstruo que queda libre. Claro, alguien me podría decir que tenían que elegir una figura universal para poner en manos de la iglesia la solución. Digamos que si recurrían a la Quintrala (como elemento criollo, digo) o no sé, ¿al Trauco?, no habrían podido recurrir a la figura del Papa. No sé, siento que ese aspecto no terminó cuajando mucho. 

En realidad, uno de los elementos que yo personalmente valoro para referirme a la calidad del texto, es que no queden cabos sueltos. La novela, sea el estilo que sea en que se presente, debe ser un tejido en que no quede punto sin unirse al siguiente. Y en ZONA CERO, sí quedan, aunque afortunadamente sin restarle calidad coreógrafa entretenida (es un dulce de mala forma pero de buen sabor). Cada punto sin unir es punto menos de calidad, aunque en este libro la no unión de pronto es tan sutil que al lector periférico se le pasará por alto. 

Los lectores de Villarroel han de ser sin duda lectores de King. Villarroel mismo debe serlo porque la historia misma se asemeja bastante a algunas de que ha publicado el escritor norteamericano (recordemos Cell). El texto es entretenido. Por lo menos a mí me atrapó desde la primera página y a pesar de que a veces se vuelve un poco remolón, valoro muchísimo el hecho de que la historia se planteara desde nuestro propio país, mostrando nuestra idiosincrasia en los diálogos y en los escenarios por los que transitan los personajes arrancando de los chupasangres.

Como diría el mismo Vlad enfrentándose a nuestro grupo en el trencito del Cerro San Cristóbal, quedé con ganas de más Villarroel ;)

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