martes, 5 de julio de 2022

DON DELILLO - El hombre del salto

Cierren los ojos, queridos lectores pensantes. 
Y en esa oscuridad imaginen un sujeto que toma una hoja en blanco y le hace agujeros, algunos más grandes, otros más pequeños. 
Ahora nuestro hombre imaginario extiende ese papel sobre otra hoja de papel y se sienta a escribir la que cree ser la mejor novela de su vida. Escribe, escribe, escribe y cuando ya la ha terminado, levanta orgullosamente el papel agujereado y revisa la escritura que quedó debajo. 
Lleva esos trozos de texto a una editorial, lo publican y con el tiempo aquellos pedazos son calificados como una de las mejores escritas, cautivantes, apasionantes, atrapantes (aquí pueden llenar ustedes con su mente todo ese tipo de calificativos)... novelas de la historia. 
Y es catapultada a la fama. Y recibe el nombre de EL HOMBRE DEL SALTO.
Lo compré porque leí que DeLillo era uno de los preferidos de Paul Auster (que es uno de los preferidos míos). Asumí equivocadamente que alguna congruencia encontraría entre ambos estilos literarios. Pues, ¡qué equivocado estaba! Paul Auster es agua fresca, DeLillo es agua estancada y llena de barro. 

La historia de El hombre del salto parte medianamente bien. Un sujeto caminando desorientado y lleno de polvo por Manhattan luego del atentado de las Torres Gemelas el año 2001. El sujeto lleva un maletín en la mano, un maletín que no es suyo. Así llega a la casa de su ex mujer y comienza el entramado de letras. 

Cada cierto rato es posible notar cierta coherencia en la historia y algo se deja ver. Cuando así ocurre, leemos que Keith, el protagonista, intenta devolver el maletín a su propietaria. Se lo devuelve, vive cerca del Central Park. Lianne, su esposa, dirige un club de escritura para adultos mayores con Alzheimer. Su propia madre tiene esta demencia y por tanto se relaciona más con el novio de ella, un coleccionista de arte siempre ausente. Su marido está siempre ausente también, y juega poker. Entre medio, la narración de uno de los terroristas que con los días se tomará el avión. Todos los que viven, viven por el plan divino de la realización del nuestro, le dice una especie de maestro.
Al fondo de todo, como telón sobre el cual el narrador plantea su creación, un artista desconocido que suele colgarse con arneses en distintos puntos elevados de la ciudad, imitando al tristemente famoso sujeto que cae cabeza abajo de una de las torres gemelas. Si no me equivoco, esa foto ganó un premio, ¿no? Un hombre que cae al abismo con el fondo pintado por las correas de la torre que le antecede. Al final del libro el sujeto muere de causa natural, el personaje, digo, de un ataque al corazón o algo así. 

Por esa foto y por el personaje artista imagino que el libro se llama como se llama. Creo que eso fue todo. Si algún mérito literario tiene, lo escondió muy bien pues para mí la lectura debe ser capaz de transmitir coherencia al tiempo que narración. Y este no logró ninguna de las dos. Parecido fue cuando leí uno de Faulkner (cuando entierran a la mamá que se acaba de morir, ¡ah!, mientras agonizo se llama). No logré enganchar con ese tampoco y lo leí más bien porque Faulkner y Faulkner y bla bla bla. DeLillo, DeLillo y bla bla bla, digo ahora. No sé si han visto alguna vez la película INLAND EMPIRE DE DAVID LYNCH, un espanto de 3 horas inconexas que solo vemos porque quien la filmó es el no menos grandioso Dios Lynch. 

No sé si DeLillo será el dios de alguien, pero será una fe que no profesaré con ningún otro texto suyo. No amén.

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