Me llamo Patricia. Trabajo en una cafetería. Trabajo en una cafetería en el centro de la ciudad. Centro de la ciudad. Ciudad que se llama Concepción. Concepción está en Chile. Y la cafetería está en el centro de la ciudad. Aprendí a hablar hace poco, cuando los médicos me devolvieron la razón. Antes estuve postrada en una silla de ruedas mirando la lluvia de Santiago. Pensaba cosas que no recuerdo. Los recuerdos se fueron con el viento. Se fueron con el viento hacia el sur. Hacia la desembocadura. Allá se quedó todo.
Cuando llueve, también llueve acá, me pongo un impermeable que guardo en el baño y que cuando regreso dejo en el mismo sitio para que estile. Sobre la ducha lo dejo, para que estile. Cuando salgo. Cuando salgo camino por las calles y las personas me miran por mi forma de caminar. Camino con las manos. Con las manos camino, de abajo hacia arriba, mirando el suelo en vez del cielo. En verano las manos se me pegotean con chicles. Con chicles. Con chicles de fruta, menta o de ambos sabores. Pero no aprendí a hacerlo de otra manera. De otra manera, cuando me devolvieron la razón allá en el norte. Era todo lo que podían hacer, según dijeron antes de soltarme, allá en la Alameda, cerca del lugar donde murió este niño. Apaleado. Lapidado a patadas. A patadas.
Trabajo en el centro de una ciudad. Llevo cafés a las mesas. Subo por una escalera. Una escalera a la que le entra el agua en invierno y el impermeable se me moja hasta la cintura. Hasta la cintura, desde la cabeza hasta la cintura. Porque en el norte me arreglaron. Pero me dejaron media pitiada. Es todo lo que hay. La gente me mira por las calles.
domingo, 17 de febrero de 2013
lunes, 11 de febrero de 2013
Mapocho
Mil soles espléndidos

La novela está muy bien escrita y utiliza una estructura que se aleja de la convencionalidad lineal, a pesar de que se anuncia el paso de los años en los inicios de varios capítulos. El libro está dividido en cuatro partes. Cada una de ellas señala un cambio importante en la vida de estas dos mujeres. En la primera, se presenta a Mariam viviendo como harami junto a su madre Nana, víctima del yinn, esperando las visitas de su padre Yalil, un hombre adinerado de la zona. Se narra también su posterior matrimonio con Rashid, un zapatero de malas pulgas que termina, en este segmento, destrozándole dos muelas al hacerle morder piedras. La segunda parte empieza como una nueva historia, de otra persona, Laila, de nueve años, que es vecina de Rashid y Mariam, pero que no mantiene ningún contacto con ellos. Se narra el amor infantil entre Tariq y Laila hasta que un misil cae sobre la casa de ella, dejándola sumida en una profunda inconsciencia. En la tercera parte Laila abre los ojos y se encuentra con Mariam y Rashid, cuidándola de las heridas. En esa tercera parte este monstruo le pide matrimonio y ella acepta. Comienza a vivir entonces el calvario que ya ha vivido Mariam a lo largo de 19 años de infeliz matrimonio. Creo que no diré de qué trata la cuarta parte o les revelaré el final del libro. Deben leerlo. A mí me pareció, como decía, una de las mejores lecturas desde hace mucho tiempo, no tan solo porque introduce al lector a una cultura desconocida -lo que siempre se agradece- sino además porque el autor sabe tocar las fibras de cualquier persona que tenga una mínima idea de qué es el bien y qué es el mal. La novela es una montaña rusa que se detiene justo en el último punto final. Muestra en términos brutalmente humanos los efectos de la guerra, arrastrando a los personajes a las más profundas desolaciones. Afortunadamente, y me imagino que de ahí el nombre, la novela intenta dar esperanza y a pesar de lo malheridos que llegan sus protagonistas a las últimas páginas, finalmente lo logra.
Personalmente, me resulta interesante un aspecto: la relación del autor y los personajes con el Islam. A lo largo de la novela uno puede observar la devoción ciega que todos los personajes tienen a esta religión, a pesar de las innumerables prohibiciones que ordena a través de la Sharia (no sé a ustedes, pero el solo sonido de esta palabra me hace imaginar lapidaciones y cuerpos decapitados). Según la ley islámica, se prohibe (en la novela por lo menos), entre muchas otras cosas, leer, escribir, cantar, pintar, o sea, cualquier forma de expresión que demuestre pensamiento o creatividad. De más está explicitar el mensaje: ejército de ovejas ciegas, o peor aún, de zombies cerebralmente muertos. Me llamó la atención particularmente el mandato que prohibía la lectura de cualquier libro que no fuera el Corán. En la novela todos los libros no islámicos son quemados y prohibidos (sí, igualito a lo sucedido en la quema de libros para nuestra dictadura militar) y a pesar de eso, incluso aquellos personajes más dotados intelectualmente, terminaban siguiendo de igual forma las creencias musulmanas en la privacidad de sus hogares (digo esto en realidad pues seguir el islam en público era un mandato y no había elección, pero aquellos personajes más pensantes lo hacían incluso también de forma privada, aún cuando no estuvieran obligados). Parece ser entonces que en la trama el islam funciona no solo como religión sino también como un ordenamiento político y social, algo así como un Estado Vaticano llevado a un país total. En la novela, entonces (no sé en la vida real, nunca he vivido en Afganistán), es posible vivir atormentado por las coerciones político - sociales de una religión y, al mismo tiempo, aceptar las fe que ella impone. Resulta no menos que curioso. Me hace pensar que, a pesar de que el autor muestra los abusos en que cae repetidamente el islam, intenta, por otro lado, rescatarlo o reposicionarlo para mostrar también que esta religión puede unir y no tan solo matar.
Personalmente, me resulta interesante un aspecto: la relación del autor y los personajes con el Islam. A lo largo de la novela uno puede observar la devoción ciega que todos los personajes tienen a esta religión, a pesar de las innumerables prohibiciones que ordena a través de la Sharia (no sé a ustedes, pero el solo sonido de esta palabra me hace imaginar lapidaciones y cuerpos decapitados). Según la ley islámica, se prohibe (en la novela por lo menos), entre muchas otras cosas, leer, escribir, cantar, pintar, o sea, cualquier forma de expresión que demuestre pensamiento o creatividad. De más está explicitar el mensaje: ejército de ovejas ciegas, o peor aún, de zombies cerebralmente muertos. Me llamó la atención particularmente el mandato que prohibía la lectura de cualquier libro que no fuera el Corán. En la novela todos los libros no islámicos son quemados y prohibidos (sí, igualito a lo sucedido en la quema de libros para nuestra dictadura militar) y a pesar de eso, incluso aquellos personajes más dotados intelectualmente, terminaban siguiendo de igual forma las creencias musulmanas en la privacidad de sus hogares (digo esto en realidad pues seguir el islam en público era un mandato y no había elección, pero aquellos personajes más pensantes lo hacían incluso también de forma privada, aún cuando no estuvieran obligados). Parece ser entonces que en la trama el islam funciona no solo como religión sino también como un ordenamiento político y social, algo así como un Estado Vaticano llevado a un país total. En la novela, entonces (no sé en la vida real, nunca he vivido en Afganistán), es posible vivir atormentado por las coerciones político - sociales de una religión y, al mismo tiempo, aceptar las fe que ella impone. Resulta no menos que curioso. Me hace pensar que, a pesar de que el autor muestra los abusos en que cae repetidamente el islam, intenta, por otro lado, rescatarlo o reposicionarlo para mostrar también que esta religión puede unir y no tan solo matar.
lunes, 4 de febrero de 2013
Libros de Luca

Acabo de recordar que también quería hablarles del otro libro, del buenísimo, pero creo que eso lo dejaré para algunos días más adelante, cuando lo haya terminado de leer. Solo adelantaré que se llama Mil soles espléndidos y que narra las vivencias de dos mujeres afganas, Mariam y Leila, bajo la dictadura de su horrendo y seboso esposo, Rashid.
Simplezas
Mi vida se forma de días relativamente simples. Me levanto temprano hace cuatro años, cuando todavía está de noche, me ducho, tomo desayuno y me vengo a trabajar al campo. Como buen pájaro nocturno que soy, he debido acostumbrarme casi a la fuerza a disfrutar las mañanas. Al contrario de lo que pueda pensarse, la gente de estos lugares tiene la misma cantidad de problemas que los de las ciudades. Cuando hay sol y el día está tan fresco y agradable como este, disfruto haber llegado a la pega. Me hago una taza de café que aromatiza el ambiente y el organismo, y me siento en mi escritorio para teclear cosas como esta, esperando que el primero de la jornada toque mi puerta. A veces llegan todos, a veces no llega ninguno.
Tengo una pequeña ventana en la pared derecha. Cuando se van me pongo de pie y observo desde ahí el sitio vecino, cubierto de maleza desde hace años. Hay una perrita que tuvo diez cachorritos. De repente lloran todos juntos y de repente callan.
Las mañanas son bellas de vez en cuando. El sol golpea las flores del patio con delicada suavidad y la naturaleza nos regala su sonrisa... qué cursi, ¿ah?
Tengo una pequeña ventana en la pared derecha. Cuando se van me pongo de pie y observo desde ahí el sitio vecino, cubierto de maleza desde hace años. Hay una perrita que tuvo diez cachorritos. De repente lloran todos juntos y de repente callan.
Las mañanas son bellas de vez en cuando. El sol golpea las flores del patio con delicada suavidad y la naturaleza nos regala su sonrisa... qué cursi, ¿ah?
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