lunes, 11 de febrero de 2013

Mil soles espléndidos

Debo decir que hace mucho tiempo no leía un libro que me dejara en tal grado de shock. Tanto, que no sé muy bien cómo empezar a redactar estas líneas para contarles mi experiencia. Recibí la novela como regalo de navidad de parte de una tía (luego supe que en realidad lo había comprado mi abuela tras preguntar a los vendedores qué libro le sugerían... me resulta interesante imaginar la escena: mi abuela entrando, describiendo mis gustos, recibiendo sugerencias, etc). Al principio, cuando abrí el papel de regalo, no me tincó mucho. Me envolvió algún prejuicio medio extraño que a partir de la segunda página olvidé completamente. Harami, bastarda, día jueves, interesante. Debía ser día jueves para Mariam pues esperaba la visita semanal de su padre Yalil. Bueno, a ver qué tal la página siguiente, y así hasta que, tal como en un tobogán en que luego de tirarse ya no se puede parar, la trama comienza a agarrar vuelo y no es muy posible dejar de leer. Responsabilizo a este libro por haberme quedado dormido a lo menos tres días de esta semana y llegar tarde al trabajo pues cuando he apagado la luz por las noches, después de leer algunas páginas, me encuentro demasiado exaltado como para dormir tan plácidamente como quisiera. Definitivamente no es una lectura recomendable si lo que se busca es dormir. Anoche mismo soñé, creo, con talibanes y lanzacohetes, con Mariam, Laila y Rashid. Pero qué mujeres. Hoy venía en la micro rumbo al trabajo y pensaba lo cercana que debe ser esta obra a las muchas vivencias reales de personas que en este mismo momento, mientras escribo yo estas líneas en la comodidad de mi hogar, sufren la misma violencia atroz de estas dos esposas. Ninguna llegó a los treinta con todos los dientes porque su amoroso esposo se los había sacado a puñetazos. Le gustaba castigarlas dándole correazos en los senos. La única vez que las dos intentan escapar, las encierra bajo llave, separadas, sin agua, bajo el calor sofocante de los días afganos. 
La novela está muy bien escrita y utiliza una estructura que se aleja de la convencionalidad lineal, a pesar de que se anuncia el paso de los años en los inicios de varios capítulos.  El libro está dividido en cuatro partes. Cada una de ellas señala un cambio importante en la vida de estas dos mujeres. En la primera, se presenta a Mariam viviendo como harami junto a su madre Nana, víctima del yinn, esperando las visitas de su padre Yalil, un hombre adinerado de la zona. Se narra también su posterior matrimonio con Rashid, un zapatero de malas pulgas que termina, en este segmento, destrozándole dos muelas al hacerle morder piedras. La segunda parte empieza como una nueva historia, de otra persona, Laila, de nueve años, que es vecina de  Rashid y Mariam, pero que no mantiene ningún contacto con ellos. Se narra el amor infantil entre Tariq y Laila hasta que un misil cae sobre la casa de ella, dejándola sumida en una profunda inconsciencia. En la tercera parte Laila abre los ojos y se encuentra con Mariam y Rashid, cuidándola de las heridas. En esa tercera parte este monstruo le pide matrimonio y ella acepta. Comienza a vivir entonces el calvario que ya ha vivido Mariam a lo largo de 19 años de infeliz matrimonio. Creo que no diré de qué trata la cuarta parte o les revelaré el final del libro. Deben leerlo. A mí me pareció, como decía, una de las mejores lecturas desde hace mucho tiempo, no tan solo porque introduce al lector a una cultura desconocida -lo que siempre se agradece- sino además porque el autor sabe tocar las fibras de cualquier persona que tenga una mínima idea de qué es el bien y qué es el mal. La novela es una montaña rusa que se detiene justo en el último punto final. Muestra en términos brutalmente humanos los efectos de la guerra, arrastrando a los personajes a las más profundas desolaciones. Afortunadamente, y me imagino que de ahí el nombre, la novela intenta dar esperanza y a pesar de lo malheridos que llegan sus protagonistas a las últimas páginas, finalmente lo logra.
Personalmente, me resulta interesante un aspecto: la relación del autor y los personajes con el Islam. A lo largo de la novela uno puede observar la devoción ciega que todos los personajes tienen a esta religión, a pesar de las innumerables prohibiciones que ordena a través de la Sharia (no sé a ustedes, pero el solo sonido de esta palabra me hace imaginar lapidaciones y cuerpos decapitados). Según la ley islámica, se prohibe (en la novela por lo menos), entre muchas otras cosas, leer, escribir, cantar, pintar, o sea, cualquier forma de expresión que demuestre pensamiento o creatividad. De más está explicitar el mensaje: ejército de ovejas ciegas, o peor aún, de zombies cerebralmente muertos. Me llamó la atención particularmente el mandato que prohibía la lectura de cualquier libro que no fuera el Corán. En la novela todos los libros no islámicos son quemados y prohibidos (sí, igualito a lo sucedido en la quema de libros para nuestra dictadura militar) y a pesar de eso, incluso aquellos personajes más dotados intelectualmente, terminaban siguiendo de igual forma las creencias musulmanas en la privacidad de sus hogares (digo esto en realidad pues seguir el islam en público era un mandato y no había elección, pero aquellos personajes más pensantes lo hacían incluso también de forma privada, aún cuando no estuvieran obligados). Parece ser entonces que en la trama el islam funciona no solo como religión sino también como un ordenamiento político y social, algo así como un Estado Vaticano llevado a un país total. En la novela, entonces (no sé en la vida real, nunca he vivido en Afganistán), es posible vivir atormentado por las coerciones  político - sociales de una religión y, al mismo tiempo, aceptar las fe que ella impone. Resulta no menos que curioso. Me hace pensar que, a pesar de que el autor muestra los abusos en que cae repetidamente el islam, intenta, por otro lado, rescatarlo o reposicionarlo para mostrar también que esta religión puede unir y no tan solo matar.

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