
La novela está muy bien escrita y utiliza una estructura que se aleja de la convencionalidad lineal, a pesar de que se anuncia el paso de los años en los inicios de varios capítulos. El libro está dividido en cuatro partes. Cada una de ellas señala un cambio importante en la vida de estas dos mujeres. En la primera, se presenta a Mariam viviendo como harami junto a su madre Nana, víctima del yinn, esperando las visitas de su padre Yalil, un hombre adinerado de la zona. Se narra también su posterior matrimonio con Rashid, un zapatero de malas pulgas que termina, en este segmento, destrozándole dos muelas al hacerle morder piedras. La segunda parte empieza como una nueva historia, de otra persona, Laila, de nueve años, que es vecina de Rashid y Mariam, pero que no mantiene ningún contacto con ellos. Se narra el amor infantil entre Tariq y Laila hasta que un misil cae sobre la casa de ella, dejándola sumida en una profunda inconsciencia. En la tercera parte Laila abre los ojos y se encuentra con Mariam y Rashid, cuidándola de las heridas. En esa tercera parte este monstruo le pide matrimonio y ella acepta. Comienza a vivir entonces el calvario que ya ha vivido Mariam a lo largo de 19 años de infeliz matrimonio. Creo que no diré de qué trata la cuarta parte o les revelaré el final del libro. Deben leerlo. A mí me pareció, como decía, una de las mejores lecturas desde hace mucho tiempo, no tan solo porque introduce al lector a una cultura desconocida -lo que siempre se agradece- sino además porque el autor sabe tocar las fibras de cualquier persona que tenga una mínima idea de qué es el bien y qué es el mal. La novela es una montaña rusa que se detiene justo en el último punto final. Muestra en términos brutalmente humanos los efectos de la guerra, arrastrando a los personajes a las más profundas desolaciones. Afortunadamente, y me imagino que de ahí el nombre, la novela intenta dar esperanza y a pesar de lo malheridos que llegan sus protagonistas a las últimas páginas, finalmente lo logra.
Personalmente, me resulta interesante un aspecto: la relación del autor y los personajes con el Islam. A lo largo de la novela uno puede observar la devoción ciega que todos los personajes tienen a esta religión, a pesar de las innumerables prohibiciones que ordena a través de la Sharia (no sé a ustedes, pero el solo sonido de esta palabra me hace imaginar lapidaciones y cuerpos decapitados). Según la ley islámica, se prohibe (en la novela por lo menos), entre muchas otras cosas, leer, escribir, cantar, pintar, o sea, cualquier forma de expresión que demuestre pensamiento o creatividad. De más está explicitar el mensaje: ejército de ovejas ciegas, o peor aún, de zombies cerebralmente muertos. Me llamó la atención particularmente el mandato que prohibía la lectura de cualquier libro que no fuera el Corán. En la novela todos los libros no islámicos son quemados y prohibidos (sí, igualito a lo sucedido en la quema de libros para nuestra dictadura militar) y a pesar de eso, incluso aquellos personajes más dotados intelectualmente, terminaban siguiendo de igual forma las creencias musulmanas en la privacidad de sus hogares (digo esto en realidad pues seguir el islam en público era un mandato y no había elección, pero aquellos personajes más pensantes lo hacían incluso también de forma privada, aún cuando no estuvieran obligados). Parece ser entonces que en la trama el islam funciona no solo como religión sino también como un ordenamiento político y social, algo así como un Estado Vaticano llevado a un país total. En la novela, entonces (no sé en la vida real, nunca he vivido en Afganistán), es posible vivir atormentado por las coerciones político - sociales de una religión y, al mismo tiempo, aceptar las fe que ella impone. Resulta no menos que curioso. Me hace pensar que, a pesar de que el autor muestra los abusos en que cae repetidamente el islam, intenta, por otro lado, rescatarlo o reposicionarlo para mostrar también que esta religión puede unir y no tan solo matar.
Personalmente, me resulta interesante un aspecto: la relación del autor y los personajes con el Islam. A lo largo de la novela uno puede observar la devoción ciega que todos los personajes tienen a esta religión, a pesar de las innumerables prohibiciones que ordena a través de la Sharia (no sé a ustedes, pero el solo sonido de esta palabra me hace imaginar lapidaciones y cuerpos decapitados). Según la ley islámica, se prohibe (en la novela por lo menos), entre muchas otras cosas, leer, escribir, cantar, pintar, o sea, cualquier forma de expresión que demuestre pensamiento o creatividad. De más está explicitar el mensaje: ejército de ovejas ciegas, o peor aún, de zombies cerebralmente muertos. Me llamó la atención particularmente el mandato que prohibía la lectura de cualquier libro que no fuera el Corán. En la novela todos los libros no islámicos son quemados y prohibidos (sí, igualito a lo sucedido en la quema de libros para nuestra dictadura militar) y a pesar de eso, incluso aquellos personajes más dotados intelectualmente, terminaban siguiendo de igual forma las creencias musulmanas en la privacidad de sus hogares (digo esto en realidad pues seguir el islam en público era un mandato y no había elección, pero aquellos personajes más pensantes lo hacían incluso también de forma privada, aún cuando no estuvieran obligados). Parece ser entonces que en la trama el islam funciona no solo como religión sino también como un ordenamiento político y social, algo así como un Estado Vaticano llevado a un país total. En la novela, entonces (no sé en la vida real, nunca he vivido en Afganistán), es posible vivir atormentado por las coerciones político - sociales de una religión y, al mismo tiempo, aceptar las fe que ella impone. Resulta no menos que curioso. Me hace pensar que, a pesar de que el autor muestra los abusos en que cae repetidamente el islam, intenta, por otro lado, rescatarlo o reposicionarlo para mostrar también que esta religión puede unir y no tan solo matar.
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