lunes, 4 de febrero de 2013

Libros de Luca

Bueno bueno, ya terminé de leer un libro y he comenzado a leer otro. No sé de cuál hablar primero, si del bueno o del no tanto. Vale, creo que estoy siendo injusto, creo que quizá debiera mejor decir del bueno o del buenísimo. A ver, hablaré primero del bueno, del que me ha regalado mi madre y que he comentado en algunos posts anteriores. Me refiero a Libros de Luca, de Bierkegaard. Fue extraño en realidad lo que sucedió con ese libro porque a pesar de que nunca me enganchó al 100% (como me engancha, por ejemplo Paul Auster), sentía algo así como la necesidad, digamos, de seguirlo leyendo. Qué raro ¿ah?, ¿por qué pasarán esas cosas?, esas necesidades un poco inexplicables. La historia era buena y la idea también. La posibilidad de que un lector pueda incorporarse a la trama del texto como texto mismo para vivenciar la historia desde adentro, eso, en realidad, resulta interesante. Me recordó la experiencia que a veces se siente en la lectura cuando se empiezan a borrar las letras y las páginas para dar paso a la vista de imágenes de lo narrado, con los personajes viviendo y actuando ahí dentro de la cabeza como si estuvieran afuera. Me recordó mucho a Matrix y a la manera que tenían los protagonistas de entrar al programa computacional a través del puerto instalado en sus nucas. Esto fue algo similar, pero no era el computador el que posibilitaba esta introducción a una nueva dimensión, sino la lectura, la lectura de libros cargados de lecturas anteriores. Sí, porque el libro parte desde la premisa de que cada lectura anterior deja una carga en el texto físico, en el libro, una carga que los protagonistas de la novela podían utilizar con sus poderes para influenciar la lectura y por tanto la manera de pensar de los lectores. Había dos bandos, los transmisores y los receptores. A decir verdad, no recuerdo muy bien cuál era la especialidad de estos últimos, pero la de los primeros (transmisores), era la capacidad de percibir mentalmente la lectura de otras personas y amplificarla o disminuirla a voluntad. O sea, podían manipular la experiencia lectora de las personas de acuerdo a lo que se quisiera lograr. Hasta el momento estos poderes habían sido utilizados con el único fin de beneficiar la experiencia lectora de las personas (¿habrá algún sinónimo que pueda utilizar en vez de "lectura" o "lector"?), pero la historia comienza justamente cuando el dueño de la librería que funciona como sede central de la novela, muere víctima de una lectura. En ese momento los protagonistas se dan cuenta que han comenzado a ocurrir extraños sucesos que parecen indicar un mal uso de este tipo de poderes. Hay más gente que comienza a morir (por cierto si puedes manipular la experiencia lectora de alguien, incrementando pasajes de pena, de agonía, de mucha alegría, etc), no resulta tan descabellado que puedas morir si alguna de estas emociones es amplificada sin límites. A partir de ahí, el objetivo entonces es saber qué diablos sucede. El protagonista, Jon Campelli, es el hijo del librero asesinado, un abogado exitoso que finalmente decide dejar su trabajo para tomar parte en la investigación que intenta determinar si su padre fue realmente asesinado. Así van pasando las páginas. Conoce el amor (elemento infaltable en cualquier novela, parece) que funciona como su pareja investigativa, averigua que un cliente suyo está vinculado con todos los hechos y... no diré más. Deben leerla. Ahora diré lo que me pareció. Me pareció buena, en realidad. El autor logra hacer verosímil lo que parece descabellado, sin embargo, creo que hay algunos aspectos en los que la novela queda floja, nada grave de todas maneras. Para sus 500 páginas, creo que aquel elemento que funciona como antagonista, la Organización Sombra, podría haber sido mejor presentada. Si esta institución malévola goza de la misma antigüedad que la de los buenos, debería dedicársele más que el rumor de uno de los personajes secundarios. Además, creo que el nombre de esta institución es un pelín burdo, como si estuvieran declarando su intención de maldad a pesar de que ellos se sienten como los verdaderamente iluminados. Otro de los elementos que la novela no presenta bien, según mi opinión, es la diferenciación de los dos grupos que conforman los Lectores, este grupo de personas con poderes especiales. Queda claro cuál es el poder de los transmisores (la novela se centra en ellos un 90%) pero los otros caen en el olvido con rapidez (ya ven que ni siquiera me acuerdo cómo se llamaban). Y el problema de esto es que cuesta entonces comprender cuál es el rol de aquellos que no son transmisores dentro de las acciones que se presentan en la narración. Digamos, la ausencia de este elemento termina desorientando a los lectores reales, o sea, yo o mi vecino, de carne y hueso. Vargas Llosa dice que la lectura necesita lectores activos que trabajen codo a codo con el autor. Estoy seguro que sí, pero es el autor quien a través de su narrador debe ir guiando la construcción que el lector va haciendo del texto pues de lo contrario se cae en el riesgo de perder el hilo de la lectura y, finalmente, dejar el libro a un lado. Como dije, estuve lejos de que eso me pasara. El libro me gustó, lo encontré bueno, de pasada me di cuenta que los seres humanos somos más parecidos de lo que creemos, incluso aunque vivamos separados por miles de kilómetros de distancia. Chilenos y daneses nos molestamos por las mismas cosas, comemos pizza y nos gusta leer. Somos humanos, después de todo.
Acabo de recordar que también quería hablarles del otro libro, del buenísimo, pero creo que eso lo dejaré para algunos días más adelante, cuando lo haya terminado de leer. Solo adelantaré que se llama Mil soles espléndidos y que narra las vivencias de dos mujeres afganas, Mariam y Leila, bajo la dictadura de su horrendo y  seboso esposo, Rashid. 

No hay comentarios: